Jesús y yo hablando del tiempo

Cuando Jesús y yo hablamos del tiempo, siempre reñimos. Y no me refiero al tiempo meteorológico, sino al tiempo, tal cual: minutos, horas, días, años… Hoy, por ejemplo, ya la tenemos montada. Porque el Señor, hablando de su segunda venida, dice a los apóstoles: Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Y yo leo esto y me pongo farruco: «¿Sin tardar? ¿En serio? Hace dos mil años que te fuiste, y aún te estamos esperando. ¿A eso le llamas Tú “sin tardar”?»

Ya se ve que Jesús y yo tenemos una concepción distinta del tiempo. A mí, como a aquellas diez vírgenes de la parábola, siempre me parece que llega tarde. Y Él, tan tranquilo. Pero, claro, Él es Señor del tiempo y yo estoy atrapado en el tiempo. Tenemos perspectivas distintas.

Al final, siempre me rindo. Con toda seguridad, Jesús vendrá a su hora, y será pronto, aunque a mí se me haga larguísimo. Pero, cuando eso suceda, cuando Cristo haya vuelto y todo lo miremos, al fin, desde el cielo, entonces nos daremos cuenta de que no ha tardado.

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