La Resurrección del Señor

Tiempo Ordinario (ciclo impar) – Página 3 – Espiritualidad digital

La dulce paz

Hace unos meses acudió a mí una mujer enferma de cáncer que había entrado en la última etapa de su enfermedad. Venía a pedirme la santa Unción. No estaba triste, ni siquiera preocupada. «Yo ya he cumplido mi misión», me dijo. «He formado una familia, he criado a mis hijos y he permanecido siempre junto a mi marido. Me marcho tranquila». Sentí deseos de arrodillarme ante aquella alma.

¡Quién pudiera decir, como el Señor, a la hora de la muerte: «Está consumado, he llevado a cabo mi misión»! Aquella mujer murió semanas después plácidamente, rodeada del cariño de los suyos.

Le pido a Dios la gracia, para mí y para vosotros, de poder decir lo mismo cuando Cristo nos llame. Pero, aunque pudiéramos decirlo, no por eso moriríamos llenos de orgullo, pensando que hemos hecho algo extraordinario. Nos bastaría pensar que somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer. No habría orgullo, pero moriríamos envueltos en una dulce paz. La dulce paz del siervo inútil a quien su Amo mira complacido.

Y Dios, que es el único grande, se serviría, por su misericordia, de nuestra obediencia cumplida para unirla a la de su Hijo y redimir la tierra.

(TOI32M)

La roca y el mar

Vamos a adentrarnos en esa advertencia del Señor a quienes escandalizan a uno de estos pequeños. Quizá sea mi imaginación, pero veo allí, también, una promesa.

Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar.

Sé que, en nuestros días, estamos especialmente sensibilizados con la tragedia de los abusos a los niños, pero las palabras del Señor van mucho más lejos. Escandalizar significa enseñar a pecar y, en cuanto a los «pequeños», esa palabra no va referida sólo a los niños, sino también a las gentes sencillas a quienes los fariseos, con sus vidas, confundían y desconcertaban.

Más vale ser lanzado al mar con una piedra de molino en el cuello que vivir sin Cristo y enseñar a los pequeños a vivir sin Él. Pero voy a pensar que, como dice san Pablo, Cristo es la roca, y el mar, como tantas veces se sugiere en la Escritura, es la muerte. Más me vale adentrarme en la muerte abrazado a Cristo, rodeado mi cuello por Él como es rodeado el buey por su yugo y la amada por el brazo del Amante, que vivir sin Jesús y mostrar al mundo semejante ejemplo.

(TOI32L)

¿Para qué se nos ha dado la vida?

La pregunta es tan básica, tan elemental, que a veces pudiera parecer una pregunta estúpida. Sin embargo, la auténtica estupidez se alcanza cuando la pregunta no se responde. ¿Para qué se nos ha dado la vida?

Hay quien piensa que la vida se nos dio para echar la siesta; otros creen que para amasar dinero; otros creen que para disfrutar de los placeres carnales… y todos ellos acaban frustrados e insatisfechos por no haber sabido responder bien a la pregunta.

La vida se nos ha dado para que la entreguemos por amor. Más aún: para que la entreguemos, por amor, a Aquél que nos la dio. Y, al hacerlo, alcancemos el gozo de un Amor eterno.

Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. Contempla, hoy sábado, a Jesús sepultado. Todo lo ha entregado, todo le falta. Y va a ser recibido en el cielo por su Padre y sentado a su derecha. Del mismo modo tú: no te guardes nada, ni tu tiempo, ni tus fuerzas, ni tus bienes. Sé generoso, entrega por amor cuanto has recibido, y experimentarás la dicha de los bienaventurados.

¿Qué te falta por entregar?

(TOI31S)

Una quita de deuda

La parábola del administrador infiel es muy singular. Sólo la cuenta san Lucas, y su enseñanza final se resume en que los «buenos» parecen tontos. Hasta los «malos», por sus caminos, alcanzan la sabiduría que no alcanzan los «buenos».

Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.

Aquel administrador corrupto, una vez descubierto su fraude, necesitaba que los demás tuvieran misericordia de él. Por eso, comenzó por ser él misericordioso con los deudores de su amo. – ¿Cuánto debes a mi amo? – Cien barriles de aceite. – Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta.

No hace falta que eches mano de la virtud, si no la tienes. Echa mano del sentido común. Si hoy te llamase Dios a su presencia, ¿no necesitarías que fuera misericordioso contigo? Y ¿cómo esperas que lo sea, si no has sido capaz de perdonar a tus hermanos? La antigua traducción española del Padrenuestro rezaba: «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores».

Por tanto, si, aunque no seas bueno, eres listo, empieza a llamar a tus deudores y trátalos como quisieras ser tú tratado cuando te llame ese Dios a quien tanto debes.

(TOI31V)

Cadenas que nos atan

Me encontraba de visita en casa de una anciana a quien llevo cada semana la Comunión. Y, al poco de entrar yo, salió de casa su hija. Pasados diez minutos, entró nuevamente en casa: «Me he tenido que volver. Me había dejado aquí el teléfono móvil». Cogió su teléfono y volvió a marcharse con el gesto contrariado de quien había perdido diez minutos de vida.

Me dio que pensar. Sobre todo, porque lo que le sucedió a esa mujer me puede suceder a mí. Alguien nos ha atado al teléfono móvil con una cuerda de no sé cuántos metros de largo, los suficientes para estirarse durante diez minutos y paralizarnos después. ¿Estamos realmente ganando libertad con todos estos artefactos, o estamos siendo esclavizados por las cosas? ¿Somos más libres que aquellos discípulos de Jesús que salían de una aldea sin previo aviso para dirigirse a otra tan ligeros de equipaje como los pájaros?

Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. Renunciar a todos los bienes no significa dejar de usar las cosas que nos ayudan. Pero examina si estás atado a algo que no sea al propio Cristo.

(TOI31X)

Una maravillosa pérdida de tiempo

Está claro que los invitados al banquete de la parábola eran gente con «posibles». Se nota por las excusas: He comprado un campo… He comprado cinco yuntas de bueyes… Y luego está el que dice: Me acabo de casar. Ése estaba todavía en el banquete de bodas poniéndose ciego con el solomillo y el Rioja.

Por eso dice el Señor que más fácilmente entrará un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos. Porque los ricos tienen siempre mucho que hacer. Tienen tanto que hacer en la tierra que no encuentran tiempo para el cielo. En el fondo, el culto a Dios les parece una pérdida de tiempo. Y la gente con «posibles» no puede permitirse perder el tiempo. Por eso los pobres son tan pobres: porque hasta el tiempo lo pierden.

Tú no seas tan rico; no tengas tanto que hacer. Lo mejor de la vida es perder el tiempo con Dios. Lo pierdes porque lo entregas; porque renuncias a pensar que es tuyo y que ya decidirás si le haces a Dios un hueco en tu agenda.

Tú pierde el tiempo con Dios, y Él te hará habitar la eternidad.

(TOI31M)

¡Que aproveche!

Decía Aristóteles que, para que dos personas se considerasen amigos, debían haber consumido juntos varios kilos de sal. Dejando aparte a los hipertensos, que estarían condenados a la soledad, eso supone muchos kilos de carne, de pescado, de pasta y de huevos. ¡Que nos los digan a nosotros! Nuestra amistad con el Señor se forja, en buena medida, en el banquete de la Eucaristía, tan salado que nos convierte en «sal de la tierra».

Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos. ¿Con quién compartes el salero? ¿A quién invitas a tu casa a comer? ¿Con quién quedas a cenar en tu restaurante favorito? Porque, si sólo comes con personas que comparten tu misma fe, aunque pases un rato agradable y la comida esté deliciosa, poco aprovecha a tu alma y al mundo tu gasto en sal.

Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos. Ojalá tus mejores amigos, aquellos con quienes comes y cenas, sean quienes más necesitan tu sal: ateos, agnósticos, y todos aquellos que viven sin Dios. Si así lo haces, con gusto te diré: «¡Que aproveche!»

(TOI31L)

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