Abrahán de Dios

La Fe católica nos dice que, un día, todos seremos juzgados. Ese día será, desde luego, cuando el Señor nos llame a salir de este mundo, y entonces seremos juzgados a solas. Después, cuando Cristo vuelva, tendrá lugar el Juicio final.

¿Temes al Juicio?

Los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos… ¿Quién, de entre los hombres, será digno de ese premio? Te lo diré: nadie, salvo el propio Cristo. Si alguno piensa que se hará merecedor del cielo con su esfuerzo, que abandone toda esperanza.

Pero la esperanza nos sale al encuentro en cada misa: «Te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia». Él, el único digno, nos llena por dentro con su Espíritu y nos hace suyos. Sólo tenemos que dejarnos alcanzar, dejarnos limpiar, dejarnos invadir por Cristo, hasta que todo cuanto hay en nosotros le pertenezca. Por nosotros mismos no merecemos gloria, pero participaremos de la suya si hemos sido invadidos.

Lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: «Dios de Abrahán». «Dios de Abrahán» significa también «Abrahán de Dios». Como Teresa de Jesús.

(TOI33S)