Urgencia del silencio

Ya queda poco tiempo, y el espíritu del Adviento se vuelve urgente. Sabemos a quién esperamos, a la Palabra que desde el principio estaba junto a Dios. Y la única forma respetuosa de esperar a la Palabra es el silencio. No el silencio de las piedras, ni el de los muertos, sino el de quien se dispone a escuchar, es decir, a acoger.

Explica san Bernardo cómo la Virgen apenas en cuatro ocasiones abre los labios en los evangelios. De san José no conocemos ni una frase.

Y fíjate en Zacarías:  Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Cuando, ante la embajada del arcángel, habló palabras necias de duda y desconfianza, quedó mudo. Sus labios fueron cerrados a causa de la estupidez de su respuesta. Nueve meses después, cuando escribe en una tablilla el nombre del niño, demostrando así haber adquirido la sabiduría y la confianza en Dios, sus labios se abren de nuevo para bendecir al Creador.

Apréndelo, que apenas quedan dos días para que Dios pronuncie su Palabra. Mientras no tengas algo sensato que decir, estás más guapo calladito.

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