Evangelio 2025

Tiempo Ordinario (ciclo par) – Página 2 – Espiritualidad digital

Una fortuna en mis manos

Mucha gente se equivoca con la parábola de las minas. Lees que el noble llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, y te imaginas a los siervos montados en un range rover y viajando de mina en mina con el cedazo, tratando de sacar oro del agua. Pero no. Resulta que la mina, en tiempos de Jesús, era una moneda que equivalía a, más o menos, tres meses de salario. Tomando como base el salario mínimo, unos 3.500 € por mina de oro. Pero centrémonos en lo importante, que se me va el espacio:

Cristo ha puesto oro en mi alma. Lo dejó allí el día de mi bautismo, lo incrementa en cada comunión y en cada absolución. Es una fortuna. Y no me la ha dejado para que me quede mirándola, ni para que me la cuelgue al cuello en una medalla, sino para que negocie y la multiplique.

Las semillas dan fruto sembrándolas en tierra; el oro da fruto haciendo negocios, tratando con la gente, en el «cuerpo a cuerpo». No puedo quedarme en casa, ni en el templo. Tengo que tratar a mucha gente, tengo que contagiar mi fe a los demás.

(TOP33X)

Ojalá te conviertas de verdad

Si te sientes llamado a la conversión, te has encontrado con Cristo y quieres que te acompañe en el camino de tu vida, hay algo sobre Él que debes saber: A Cristo no se le puede tener esperando a las puertas hasta que te apetezca abrirle. Cristo quiere entrar e invadirlo todo. No basta decir: «Le dedicaré un rato cada día y unas monedas como limosna». Jesús no se conforma con una parte, aunque sea el 99%. Quiere ser Señor. Es el Señor.

Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».

Si dejas entrar a Cristo en tu vida, te sucederá como a Zaqueo: ya no querrás nada más, lo que hasta ahora eran tus riquezas te sobrará. Mira con qué alegría se desprende del dinero que había sido su tesoro. No dice, como el burgués: «Todo lo que tengo y, además, Cristo». Mas bien dice: «Sólo Cristo, y me sobra lo demás».

¿De verdad quieres convertirte? ¡Ojalá te conviertas de verdad!

(TOP33M)

Recobrar la vista y alcanzar el cielo

Pediste ser curado de una enfermedad, y el Señor te lo concedió. Me alegro por ti, pero no vayas a creer que por ello estás más cerca del cielo; ha sido el cielo quien te acarició, tú sigues donde estabas. Incluso aunque hubieras visto a la Virgen santísima, no por eso eres más santo. Agradécelo, recibiste un don grande. Ahora, ¿podrás estar a la altura de la bendición otorgada?

Y enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios. Bartimeo era ciego, pero no tonto. Se dio cuenta de que el verdadero tesoro no eran los favores de Cristo, sino el propio Cristo. Tras recobrar la vista, deseó mucho más. Porque con los dos ojos sanos puedes ser arrojado al infierno, pero abrazado a Cristo ya estás salvado; Él es el cielo.

Conocí a un hombre que, tras años de increencia, comenzó a asistir a Misa diariamente para pedir al Señor que le ayudara a encontrar trabajo. En dos semanas estaba contratado. No volví a verlo en la iglesia.

No caigas en la tentación de valorar los dones de Dios más que al propio Dios. Recuerda que, aunque Dios te negara sus dones, teniéndolo a Él lo tienes todo.

(TOP33L)

Los elegidos

Como aquella viuda de la parábola importunaba al juez día y noche para que le hiciese justicia, así habla el Señor de unos hombres que día y noche claman al cielo: Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas?

¿Quiénes son esos «elegidos»? La respuesta la tenemos en un salmo: Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia (Sal 122, 2).

No pienses en una congregación que pase los días de claro en claro y las noches de turbio en turbio rezando salmos y enlazando rosarios sin dar tregua al sueño ni alimento al vientre. No es eso. Los elegidos oran cada día, pero también trabajan, atienden a su familia, salen con sus amigos, comen y duermen. Mientras hacen todo eso, sus ojos están fijos en el Señor. Su trabajo, su ocio, su descanso y su vida familiar son ofrenda a Dios, prolongación del Sacrificio ofrecido en cada misa. Por eso, están clamando ante Dios día y noche, ya tengan en las manos un rosario, un ordenador o una jarra de cerveza.

(TOP32S)

Estamos a salvo

Parece que nuestros contemporáneos hubieran descubierto ahora el Apocalipsis. Los discursos tremendistas sobre el cambio climático y el «vamos a morir todos» nos llevan de la mano al final de «El Planeta de los simios»: «¡Malditos! ¡Lo habéis destruido!»… Como si no lo supiéramos. Una mujer me anunciaba hace unos días que han comenzado a abrirse los siete sellos. ¡Horror! ¡Y yo con estos pelos!

Aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en casa no baje a recogerlas; igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. El Apocalipsis comienza el mismo día en que Cristo asciende al cielo. Desde entonces, este mundo se desmorona y se acercan los cielos nuevos y la tierra nueva. Los primeros cristianos vieron claros signos del cumplimiento de aquellas profecías en tiempos del Imperio Romano. Y que vamos a morir todos no es ninguna noticia. Vivimos sobre un polvorín.

Me gustan esas palabras de san Ambrosio: «Huyamos de aquí». O las de san Pedro: Escapad de esta generación perversa (Hch 2, 40).

Pero las puertas del cielo están abiertas. Por eso renunciamos a los bienes de la tierra y nos precipitamos en los bienes eternos. Estamos a salvo.

(TOP32V)

¿Qué nos separa del reino de Dios?

¿Qué es lo que nos separa del reino de Dios? Te lo diré: una Cruz.

Como el fulgor del relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. Eso sucederá cuando llegue el momento. Pero primero es necesario que padezca mucho y sea reprobado por esta generación. San Pablo hablaba de completar en su carne lo que falta a la Pasión de Cristo. Y algunos, al leerlo, se preguntan: «¿Acaso a la Pasión de Cristo le falta algo? ¿No es suficiente ese sacrificio para redimir todos los pecados de todos los hombres?»

Sí. Le falta algo. Le falta extenderse por toda la tierra y por toda la Historia. Los brazos abiertos del Crucificado quieren abarcarlo todo. Y eso sucede cuando la Pasión de la Cabeza, Cristo, se prolonga en los miembros, en nosotros. Una contrariedad, un dolor físico, una enfermedad, una humillación, un fracaso… son Pasión de Cristo, son reino de Dios que nos abraza.

Ésa es la puerta que nos separa del reino de Dios. Ésa es la puerta por la que salimos al cielo. Y ésa es la puerta en la que recibiremos al que vendrá sobre las nubes.

(TOP32J)

¿A qué viene tanta prisa?

Se cuenta que el Cura de Ars, viendo cómo un hombre, tras haber comulgado, salía siempre de Misa precipitadamente al concluir la celebración, en cierta ocasión envió tras él a dos monaguillos con los ciriales encendidos. El hombre, extrañado de semejante escolta, preguntó a los monaguillos por qué lo acompañaban. Y los niños respondieron: «Nos ha dicho el señor cura que es usted una procesión del Corpus». Será o no será verdad, y lo habré contado mejor o peor, pero tiene sentido.

¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero? Diez leprosos sanados. Nueve se marchan, y sólo uno se queda a dar gracias al Señor.

Diez personas en Misa. Nueve se marchan corriendo –tienen mucha prisa– nada más acabar la celebración. Y sólo una se queda a dar gracias durante cinco o diez minutos por la comunión recibida. ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?

Cuando comulgues, recuerda que no eres el único beneficiado. También al Señor le gusta pasar un rato contigo. Concédeselo.

(TOP32X)

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