La Resurrección del Señor

Tiempo Ordinario (ciclo par) – Página 2 – Espiritualidad digital

El suplemento de aceite

Diez vírgenes. Cinco necias, y cinco prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.

¿En qué consiste ese suplemento de aceite que salvó a las vírgenes prudentes? Os pondré un ejemplo. Pero tened en cuenta, para que lo entendáis, que ninguna de las diez vírgenes permaneció en vela, todas se durmieron… Es decir, todas pecaron. Aquí no hay buenas y malas, todas son pecadoras. Hay necias y prudentes.

El segundo mandamiento de la santa Madre Iglesia nos pide confesar al menos una vez al año. Es, digamos, lo mínimo para que el ángel custodio no tenga que ir con mascarilla. Si una persona confiesa por Pascua florida, cumple con el mandamiento. Y, si le llega la muerte al final de la Cuaresma siguiente… ¿cómo la encontrará? Mejor no pensarlo. Pero si una persona confiesa cada quince días, cuando Dios la llame encontrará su alma recién confesada. Las dos personas pecan, pero una estará mucho mejor dispuesta que otra.

Ése es el suplemento de aceite. Y, por poner otro ejemplo: si vas a misa todos los días, seguro que la muerte te encuentra recién comulgado.

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Sepulcros blanqueados y tontos de tanatorio

El tonto de tanatorio es un personaje que no siente respeto por la muerte, ni por el dolor ajeno, ni por la oración del sacerdote. Estaba yo rezando un responso ante los restos mortales de un hombre, junto a la viuda y los hijos, cuando entró en la sala un tonto de tanatorio. En mitad de la oración se adelantó, besó a la viuda, se quedó mirando al difunto y dijo a la pobre mujer: «¡Que guapo te lo han dejado!». Yo no sabía dónde meterme.

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros blanqueados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre.

Por muy guapo que te lo dejen, un muerto es un muerto, y la muerte es fea. El Crucifijo, sin embargo, es hermoso. Su belleza no proviene de los hombres, ni del trabajo de celadores de funeraria, ni siquiera de los amorosísimos bálsamos de la Magdalena. La belleza del Crucifijo brota de un corazón atravesado que ha derramado su perfume sobre la tierra y ha convertido la muerte en Amor y en Vida. Quien repara en esa belleza entiende que ese Hombre resucitaría.

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Sobre mosquitos y apariencias

Supongo que se trataba de un refrán de la época, pero no deja de ser graciosa la imagen con que Jesús acusa a escribas y fariseos: ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! Acto seguido, lanza contra ellos otra acusación muy parecida: ¡Limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno!

Cuidar lo pequeño (el mosquito) y descuidar lo grande (el camello) es propio de puntillosos y maniáticos, quienes, además, suelen ser terriblemente intolerantes. Y cuidar lo de fuera descuidando lo de dentro es propio de hipócritas.

Los santos han comenzado por mirar la grandeza; han vivido de un Amor enorme y divino, descubierto en la contemplación embelesada de la Cruz, y en esa fuente han bebido lo más grave de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad. Allí se enamoraron y, fruto de ese enamoramiento, han cuidado también, y mucho, lo pequeño. Han sido detallistas, pero no puntillosos ni maniáticos, porque todo lo hicieron con paz y comprensión hacia los errores ajenos.

En cuanto a «lo de fuera»… Nunca se molestaron en aparentar. Dejaron que el amor de su corazón se mostrase tal cual es.

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El altar de Dios y el fuego del cielo

Me troncho con las sacristanas de mi parroquia. Hace tiempo les expliqué que el altar no es una mesa, ni es lugar donde dejar los trapos mientras se limpia el presbiterio, porque el altar es tierra sagrada, y cuanto allí se deposita queda consagrado a Dios. Con humor, pero con verdad, dijo una: «Entonces, si dejo ahí el trapo, bajará fuego del cielo sobre el trapo y arderá como los holocaustos de la Biblia». ¡Exacto! Peor es explicárselo a los obreros que vienen a hacer reformas en el templo. Con esos omito lo del fuego; les dejo una mesa junto al altar y les pido que dejen las cosas allí. Ni caso. Y no baja fuego, qué lástima.

¿Qué es más, la ofrenda o el altar que consagra la ofrenda? Venerad el altar. Mirad que la Misa comienza y termina, precisamente, con un beso a esa piedra, porque es territorio divino. De hecho, durante la misa, desplaza al mismo sagrario como centro de atención, y la reverencia al altar sustituye a la genuflexión.

Sobre ese altar depositamos cada día nuestras vidas, y el fuego del Espíritu baja del cielo y las une al cuerpo y sangre de Jesús. Bendito altar.

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Ley antigua, ley nueva

Los judíos habían escuchado miles de veces los mandamientos que hoy recita ante ellos Jesús: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente… Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Y, sin embargo, en labios del Hijo de Dios, estos mandamientos se convierten en una ley nueva. Y adquieren brillos y resonancias que jamás imaginaron los escribas y fariseos.

Porque, una vez que Jesús pronuncia el mandamiento, amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente es amarlo a Él mismo, a Cristo. Como tantas veces en el evangelio de Juan, en este pasaje del evangelio de Mateo Jesús está pidiendo ser amado incondicionalmente, con amor rendido. No ha habido, en toda la Historia, ningún ser humano que se haya atrevido a gritar que la salvación del hombre consiste en amarlo a él. Jesús, sin embargo, lo ha hecho. Y ha dicho la verdad. Es sobrecogedor.

En cuanto a amar al prójimo como a uno mismo, dicho por Jesús es un anticipo del mandamiento nuevo. Porque Él nos ha enseñado a amarnos a nosotros mismos con el mismo Amor con que nos ama.

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El talento empresarial de Dios

La parábola de los obreros contratados para la viña, leída en una economía de mercado como la nuestra, puede resultar engañosa. Vamos a despojarla del disfraz mercantil, y veremos en qué queda el asunto.

El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.

En este mundo, si trabajas para alguien u obedeces a alguien, esa persona obtiene un beneficio económico de tu trabajo, o incrementa su poder. Dios, sin embargo, no necesita nada de nosotros, todo lo tiene en su mano y su poder es absoluto. Si nos llama a trabajar para Él, no es para enriquecerse. Es para endiosarnos a nosotros, para hacernos partícipes de su interior y para que hagamos sus obras.

Además, en este mundo, quien contrata a una persona busca al más capaz para realizar ese trabajo. Dios, sin embargo, llama a inútiles y zoquetes para que obren milagros, porque es Él quien actúa a través de ellos.

En definitiva, Dios no nos llama porque nos necesite, ni porque seamos buenos. Nos llama porque Él es bueno y nos ama.

(TOP20X)

Pobres que restan y ricos que suman

Al ver marchar al joven rico, Jesús se entristeció. Y sangró su corazón a través de sus labios:

En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos.

Los apóstoles, ante estas palabras, se estremecieron:

Entonces, ¿quién puede salvarse?

Sin embargo, Jesús había dicho la verdad, y aquel joven, con su reacción, la había confirmado. La dificultad que tiene el rico para entrar en el reino de Dios es que se engaña a sí mismo. No deja nada, simplemente recubre su vida burguesa con prácticas piadosas, y se cree salvado.

El pobre resta. Tiene cinco panes y dos peces, y se queda sin ellos. Será Dios quien sume vida y amor eternos a la resta del pobre. Pero el rico suma: a sus bienes temporales suma, mediante su pretendida piedad, bienes espirituales. Y cree que ya lo tiene todo en la tierra y en el cielo. Pero no hay renuncia, ni muerte a sí mismo, ni abnegación, ni Cruz. No es un santo; es un rico que reza.

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