Una mirada superficial podría hacernos creer que quien vive habitualmente en gracia y acude asiduamente a la oración está a salvo de las insidias del Enemigo. Pero las vidas de los santos nos dicen exactamente lo contrario. Son ellos quienes más tentaciones han sufrido.
Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por lugares áridos, buscando un sitio para descansar, y, al no encontrarlo, dice: «Volveré a mi casa de donde salí».
Las almas en gracia han sido siempre los «caramelitos» del Enemigo. Al fin y al cabo, con quienes ya son esclavos del pecado no tiene nada que hacer salvo sentarse y aplaudir. Pero esas almas son sus trofeos preferidos, con ellos se ensaña, como se ensañó con Job.
Tú vives en gracia, rezas, procuras evitar el pecado, y ahora tiemblas al leer esto. Pues no tiembles. Tienes dos armas poderosísimas que te salvarán de esas insidias:
La primera es el examen de conciencia diario, que te ayudará a divisar de lejos al Enemigo y a poner el remedio allí donde ves que flaqueas.
La segunda es la obediencia, que te hará militar, seguro, en el bando de Cristo, quien vino a hacer la voluntad del Padre.
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