La Resurrección del Señor

Tiempo Ordinario (ciclo par) – Página 3 – Espiritualidad digital

Dos armas poderosas

Una mirada superficial podría hacernos creer que quien vive habitualmente en gracia y acude asiduamente a la oración está a salvo de las insidias del Enemigo. Pero las vidas de los santos nos dicen exactamente lo contrario. Son ellos quienes más tentaciones han sufrido.

Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por lugares áridos, buscando un sitio para descansar, y, al no encontrarlo, dice: «Volveré a mi casa de donde salí».

Las almas en gracia han sido siempre los «caramelitos» del Enemigo. Al fin y al cabo, con quienes ya son esclavos del pecado no tiene nada que hacer salvo sentarse y aplaudir. Pero esas almas son sus trofeos preferidos, con ellos se ensaña, como se ensañó con Job.

Tú vives en gracia, rezas, procuras evitar el pecado, y ahora tiemblas al leer esto. Pues no tiembles. Tienes dos armas poderosísimas que te salvarán de esas insidias:

La primera es el examen de conciencia diario, que te ayudará a divisar de lejos al Enemigo y a poner el remedio allí donde ves que flaqueas.

La segunda es la obediencia, que te hará militar, seguro, en el bando de Cristo, quien vino a hacer la voluntad del Padre.

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Cosas que pasan entre amigos

Quien tiene un amigo tiene un tesoro. Y el hombre de la parábola que hoy nos regala Jesús tiene tesoros en abundancia.

Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice… Su primer tesoro es un amigo a quien puede despertar durante la noche. Sabe que, si le llama cuando está durmiendo, le cogerá el teléfono. Ése es un amigo de los buenos.

Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle. Además, tiene otros amigos, y uno de ellos también se atreve a importunarle a él. Cosas que pasan entre amigos. Lo de «no quiero molestarte» es para conocidos; los amigos se molestan. Como él no tiene nada que ofrecer a su invitado, acude a molestar a su amigo de siempre para que le proporcione algo con que agasajar al huésped.

Ojalá seas como este hombre. Sé amigo de Cristo, acércate a Él en la noche de la fe, y lucha con Él, como durante la noche luchó Jacob. No lo sueltes hasta que no te bendiga. Y, cuando te bendiga, comparte tu bendición con los muchos amigos que acuden a ti.

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Dios sólo tiene un Hijo

Hablamos muchas veces de «los hijos de Dios» pero, realmente, Dios tiene un solo Hijo, el Unigénito, Cristo. ¿Qué somos, entonces, nosotros?

Señor, enséñanos a orar. Cristo nos enseñó a orar, como le pidieron los apóstoles, orando Él mismo en nosotros. En cierto modo, nos dijo: «No temas, no sólo te enseñaré a orar. Yo mismo tomaré posesión de ti, te invadiré y oraré en ti».

Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino. Sólo Cristo puede llamar a Dios «Padre». Y es Él quien, por su Espíritu, dice «Padre» en nosotros. Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!» (Gal 4, 6).

Y es que el Padrenuestro adquiere pleno sentido sólo cuando lo rezamos en gracia de Dios. Porque entonces, invadidos por el Espíritu de Cristo, dejamos que sea Él quien ore en nosotros.

Efectivamente, Dios tiene un solo Hijo. Y ese Hijo clama desde los confines de la tierra, desde todas y cada una de las almas en gracia, a Dios con un grito filial: «Abba!». Recordémoslo cada vez que proclamamos la oración dominical, porque nadie reza el Padrenuestro por su cuenta. Es Cristo quien lo reza en cada uno de nosotros.

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Mi querida Marta y la feliz María

Mis feligreses siempre se sonríen cuando les digo que imagino a Marta como una mujer gruesa, bigotuda y ataviada con un mandil. Habitualmente de mal humor, sin respetos humanos, capaz de abroncar al mismo Jesús, a quien amaba con locura. Supongo que está esperando a que yo llegue al cielo para atizarme un sopapo por decir esas cosas de ella, pero es uno de mis personajes favoritos del Evangelio. ¡Gorda maravillosa!

En la Última Cena, dijo Jesús a sus apóstoles: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo (Jn 17, 3). Por eso dice hoy que María ha escogido la parte mejor. Porque primero es conocer y, después, amar. Si uno quiere entregar la vida sin conocer ni amar, lo hace a regañadientes, como Marta; por eso está siempre de mal humor. Porque la acción, en ella, precede a la oración.

María, sin embargo, es una mujer feliz: escucha la palabra de Jesús, lo conoce y lo ama. Después se entrega.

Recordadlo siempre: primero la oración, después la acción. Si queréis disfrutar de vuestra entrega, rezad primero, enamoraos, y después entregadlo todo con una sonrisa, aunque os cueste la vida.

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Los peligros de la religión

¡Qué peligro tiene esto de la religión! Perdonad, espero saber explicarme y que podáis entenderme. Pero ¡es tan fácil engañarse con la religión! Porque está llena de manifestaciones externas de piedad, obras externas de misericordia, ritos sacramentales, reuniones y asambleas… Todo ello es bueno y necesario. Pero, si no estamos alerta, nos acabamos creyendo salvados, como el joven rico, por cumplir con todo: vamos a Misa, visitamos enfermos, damos limosna y acudimos puntualmente a nuestras reuniones parroquiales o de grupo. Cuando nos queremos dar cuenta, nos olvidamos de lo principal: el corazón.

¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Pues si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza.

Estas ciudades aclamaban al Señor, y en ellas realizó Jesús gran parte de sus milagros. Pero Cristo veía los corazones, y sentía lástima. No estaban convertidos.

Imagina una pared llena de humedades. Si, en lugar de sanearla, pintas encima de las manchas, volverán a salir. Y pondrás litros y litros de pintura para disimularlo, pero lo estropearás aún más. Así es quien quiere cubrir con prácticas piadosas un corazón no convertido.

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Saludos de alto riesgo

palabrasPuede parecer extraño el consejo que Jesús da a los setenta y dos enviados:

No saludéis a nadie por el camino.

Es de mala educación, ¿no? Pero también es propio de quien lleva prisa. Y, además, hay personas con «saludo de alto riesgo». Si les dices «hola», estás perdido, te van a tener cuarenta minutos escuchando batallitas.

Lo que quiere decir Jesús es equivalente a «no os entretengáis». Tienes una misión que cumplir, y un tiempo limitado para cumplirla. No lo pierdas en conversaciones inútiles o frívolas.

No te digo que tengas que estar hablando de Dios todo el tiempo, no es necesario eso. Cuando hay que hablar de Dios, no te calles. Pero también, cuando hables de cualquier asunto, o cuando te intereses por los demás, o cuando estés tratando cuestiones propias de tu trabajo, puedes aprovechar el tiempo para evangelizar. Basta con que pongas cariño y alegría en tus palabras, con que mires con afecto a la persona con quien hablas o con que aportes siempre la visión optimista y esperanzada sobre cualquier materia.

Mientras hablas con tus hermanos, dirige tu corazón a Dios orando por ellos. Así estarás seguro de no perder el tiempo en conversaciones inútiles.

(TOP26J)

El peor de los castigos

Me ha gustado mucho la novela «Desaparecidos», de Tim Gautreaux. Transmite un mensaje muy interesante: El peor castigo del malvado es el mero hecho de convivir con su propia maldad. La venganza es estúpida, por innecesaria: bastante castigo tiene el malo con ser malo.

Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?».

Santiago y Juan no habían leído a Gautreaux, porque a Gautreaux le faltaban dos mil años para nacer, y querían arrojar fuego sobre la aldea que se negó a recibir a Jesús. Jesús se volvió y los regañó. ¿Qué mayor castigo podía recaer sobre esa aldea sino el de vivir sin conocer a Cristo? Vivir sin Cristo es vivir en el infierno. ¿Acaso puede caer sobre ellos un fuego peor?

Cuando veas frente a ti a la maldad, no te dejes llevar por la ira, y mucho menos por el deseo de venganza. Más bien, compadécete, que no debes castigar sino llorar. Eso es lo que hizo Jesús sobre Jerusalén.

Algunos códices del evangelio añaden un versículo a esta escena. En él, Jesús dice a los apóstoles: «No sabéis de qué espíritu sois».

(TOP26M)

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