Cristo en su Pasión

Tiempo Ordinario (ciclo par) – Página 3 – Espiritualidad digital

Las manos de un alma en gracia

¿Alguien cree, de verdad, que se ha ganado, o se está ganando el cielo? Muy necio habría que ser para creerlo. Los mismos santos, que sirvieron a Dios en la tierra, se confesaron pecadores e indignos, e hicieron suyas estas palabras del Señor: Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer.

Porque ¡es tanta la desproporción entre nuestros pobres méritos y la recompensa celeste! Ha sido Cristo, el Hijo, quien, con su trabajo en la Cruz, ha ganado el cielo para nosotros.

Creo que era en «Balarrasa», la película dirigida en 1951 por Nieves Conde, donde Fernando Fernán Gómez decía temer que, a la hora de su muerte, se presentara ante Dios con las manos vacías. Un alma en gracia jamás debe decir eso. Es cierto que, si fuera por nuestros méritos, o si quisiéramos recibir lo que realmente nos hemos ganado, llegaríamos al juicio con las manos, no vacías, sino llenas de pecados. Pero un alma en gracia tiene en sus manos todos los méritos de la Pasión de Cristo. Las manos de un alma en gracia son manos sacerdotales, le pertenecen todas las llagas del Salvador, y las ofrece a Dios en cada misa.

No temamos.

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Insufrible

Señor, reconóceme que, a veces, te excedes un poco con los ejemplos que pones. Si tu hermano te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: «Me arrepiento», lo perdonarás. El que alguien te la juegue una vez y te pida perdón tiene un pase. Si repite la jugada en el mismo día, es para sospechar. Pero ¡siete veces! Yo dudo de que hubiera llegado a perdonarle la segunda. Ese hermano te toma por primo. Es insufrible.

Me respondió el Señor: «Haz bien tu examen de conciencia esta noche y dime si no me has ofendido siete veces. Si no lo ves, no es porque esas ofensas no existan, sino porque no te las dejo ver para que no te desalientes. Aunque, si miras bien… No, no es insufrible. Yo he sufrido mucho más. Y no me digas que yo soy Dios y tú no, porque te he dado todo mi Espíritu para que perdones como yo. Además, querido Fernando: debes saber que sufrirse es una forma de amarse. Yo te he amado sufriéndote en la Cruz. ¿No estarás dispuesto tú a sufrir a tus hermanos, a amarlos como yo te amé?»

Me he quedado callado.

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Malos listos y listos buenos

No todos los malos son tontos. Hay malos listos (¿hay buenos tontos?). Aunque los malos listos no son listos del todo. Si fueran un poco más listos, serían buenos. Pero, aun no siendo listos del todo, son más listos que algunos buenos: Los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.

¿En qué consiste la astucia del administrador infiel? En que tiene los pies en el hoy, y los ojos en el mañana. Sabe que lo han despedido, que le quedan cuatro telediarios en el trabajo y, después, a la calle. Podría haber aprovechado ese tiempo para pulirse las riquezas de su amo; pero sabe que esas tropelías se pagan, y que después terminaría en la cárcel. Por eso prefiere emplear esos cuatro días en ganarse amigos para los años siguientes.

Dichoso aquél que vive con los pies en la tierra y los ojos en el cielo. Sabe que su tiempo es breve, que cuando quiera darse cuenta estará al borde de la muerte. Y, antes que malgastar esos días en placeres vanos que acaben con él en el abismo, prefiere invertirlos en alcanzar el cielo. Es bueno, y es listo.

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La gran esperanza de la Iglesia

ovejasEstamos en noviembre, y en noviembre la Iglesia considera las verdades eternas: muerte, juicio, cielo, purgatorio… e infierno. No hay que tener miedo a meditar sobre el infierno. Además, conviene, porque hay mucha confusión acerca de la suerte de quienes se condenan.

¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Fijaos en esa oveja perdida, porque tiene mucho que ver con el drama de la condena. La Iglesia nos enseña que la perdición eterna es una posibilidad real para cada uno. Morir de espaldas a Cristo es condenarse, y cualquiera podemos decir «no». Afirmar que el infierno no existe es una herejía, y decir que está vacío una temeridad. Pero tampoco podemos decir que está lleno. La Iglesia canoniza a muchos, pero no condena a nadie. Como Cristo.

¿Entonces? Entonces la Iglesia no da por perdida a ningún alma. Como el buen pastor, las busca hasta el último momento, ora por cada una sin descanso. Y no deja de esperar que, por esa oración, todos los hombres acojan a Cristo antes de morir, todas las almas se salven.

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Los «graduales»

Somos muy considerados en nuestros días, nos gusta lo gradual. No los espantes al principio, ve poco a poco, dales tiempo a que se mentalicen. Si te acercas a una persona que no ha pisado una iglesia ni invocado a Dios en su vida y le pones delante un crucifijo con esos clavos y esa corona de espinas diciéndole que en esa cruz está su salvación, lo vas a espantar. Háblale primero del amor, cántale canciones bonitas, llévalo a una ceremonia emocionante donde se le salten las lágrimas… Y después, poco a poco, le vas hablando de la Cruz. No te digo que reniegues del Crucificado. Te digo que vayas gradualmente.

Y yo te digo que estás tomando a la gente por boba, que estás desconfiando del Espíritu y, sobre todo, que Cristo fue cualquier cosa menos «gradual»: Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí no puede ser discípulo mío. Y esto lo dijo ante una multitud que apenas lo conocía.

Gradual es el Enemigo, que engatusa poco a poco. Cristo te pone la Cruz delante, y lo tomas o lo dejas. Podrás decir que te pidió mucho, pero jamás podrás decir que te engañó.

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El anfitrión enamorado

La parábola de los invitados al banquete está protagonizada por un hombre que no es como los demás. Si a cualquier mortal, tras preparar un banquete, le fallan los invitados, se come lo que pueda con su familia, congela el resto para comerlo después, y se queja de unos invitados desagradecidos que le han plantado. Pero a nadie se le ocurre salir a las calles y suplicar a los pobres que entren a comer, como si le estuvieran haciendo un favor…

… Salvo a Dios. Cuando los hombres le dieron la espalda, envió a su Hijo para que invitase a los mortales al banquete del cielo. Y cuando los hombres se volvieron contra el Hijo y lo mataron, el propio Cristo, con su sangre, nos pagó la entrada del banquete y con su cuerpo llenó las mesas de alimento espiritual. Desde luego, quien no va al cielo es porque no quiere. ¡Qué gran injusticia, culpar a Dios de la suerte de quienes se condenan!

¿Por qué hizo aquello? ¿Para que no se echase a perder la comida? ¡No! Hizo aquello porque te ama. A ver si te enteras. ¿A qué esperas para confesar y acudir al banquete de tu Padre?

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A quienes viven de espera

Esperamos demasiado de los hombres. Ésta es la causa de gran parte de nuestras frustraciones. Nunca están los demás a la altura de lo que esperamos de ellos. Te has enfadado con tu cónyuge porque no ha recordado tu cumpleaños; te has enfadado con tu amigo porque no responde tus wasaps. Te has enfadado con tu jefe porque te trata con frialdad… Pero ¿qué esperas? ¿Acaso respondes tú a lo que los demás esperan de ti? Si no esperases nada de nadie, nada te enfadaría. Y hasta los «buenos días» te parecerían un regalo.

Mira: este mundo es una gran leprosería. Aquí estamos todos enfermos, somos todos pobres, todos pecamos. Esperar algo de las criaturas es necedad. Sé capaz de amar gratis, como el Señor, sin aguardar recompensa de los hombres.

Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos. Entonces sí: cuando resuciten, no serán pobres, ni lisiados, ni cojos, ni ciegos. Podrán pagarte. Pero no hará falta: entonces todo lo recibirás de Dios.

Repito: no esperes nada de los hombres. Y añado: espéralo todo de Dios. Él es el mejor pagador.

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