Mentiras veraniegas

Ahora que empieza a apretar el calor, consolémonos con una mentira invernal, a ver si con el frío de mentira olvidamos las verdades del termómetro. Porque no hay mayor mentira que un árbol de Navidad. No da manzanas ni peras: da bolas de colores y regalos con lacitos que él no ha producido, porque alguien los ha puesto allí. De no ser por su enorme valor simbólico, diríamos que él es el «árbol dañado»:

Todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos.

Y es que el árbol bueno da sus frutos de dentro a fuera. No lo olvides. Toda la lucha ascética de nada sirve si el corazón no se empapa de Cristo. Una conducta externamente piadosa lograda a base de esfuerzo, si dentro oculta un corazón endurecido, te convertiría en un falso profeta: Se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Un árbol de Navidad.

No te conformes con «hacer» la oración. Deja el «hacer» para la calceta. Tú ora, contempla, rinde la voluntad y el entendimiento, pon el corazón en la fragua del corazón de Jesús hasta que se derrita. Así tus frutos, muchos o pocos, olerán a Cristo.

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