El Niño que nos mira desde el cielo
Cuando se lee el evangelio de san Juan, es mejor quitarse el reloj y romper el calendario. Desde el primer versículo, el discípulo amado escapa de la red del tiempo y apunta, con sus palabras, a la eternidad: En el principio existía el Verbo (Jn 1, 1). Juan deja claro, nada más comenzar a escribir, que Cristo es Dios, y que se mueve, a la vez, en dos mundos: el del tiempo, con sus relojes, y el de su Padre, con su soberana quietud. No hay que fiarse cuando Cristo utiliza expresiones como «dentro de poco», «antes», «después»… Nunca se sabe bien desde dónde habla.
Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. ¿Estaba Jesús escondido tras un matorral junto a aquella higuera? La respuesta es obvia: «No». El «antes» al que Jesús se refiere nos lleva fuera del tiempo, al «principio». Jesús vio a Natanael desde el cielo, desde la eternidad de su Padre.
Natanael lo entendió bien: Rabí, tú eres el Hijo de Dios.
No hemos abandonado el escenario navideño. Simplemente, hemos entendido, al mirar a los ojos de ese Niño recostado en un pesebre, que nos está mirando desde el cielo.
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