Déjate quemar

El otro día, mientras explicaba a unos niños el misterio de Pentecostés, uno de ellos, de ocho años, me preguntaba: «¿Y no se les quemaban los pelos a los apóstoles con ese fuego sobre sus cabezas?»

Pues no. No se les quemaban los pelos. Se les abrasaba el corazón. Aquellos apóstoles, fríos y acobardados aún por el miedo a la muerte, se incendiaron en Amor y se precipitaron a las calles para anunciar a grandes voces el nombre de Cristo.

La gente se apasiona con menudencias como el deporte o la política. Cuando ves a una mujer que ostenta altas responsabilidades en el gobierno de tu nación dando botes y aplaudiendo como si fuera una cheerleader en un campo de fútbol te acabas preguntando si estás en buenas manos.

Sin embargo, qué pocos cristianos se apasionan con Cristo, que es quien merecería toda la pasión de todos los corazones. Se aburren en misa, se conforman con «cumplir»… No les arde el corazón. Diríase que se mantienen a distancia del Fuego, como para caldearse sin quemarse. Qué lástima.

No te quedes mirando. Es Pentecostés. Acércate, quémate, abrásate. Y, entonces, no te tendré que decir que anuncies. Porque, si te callas, reventarás.

(PENTB)