Cristo en su Pasión

Pascua – Página 2 – Espiritualidad digital

El gran deseo de Cristo

La oración sacerdotal de Jesús es la expresión de su gran deseo, del anhelo que movió a encarnarse al Hijo de Dios: Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros. Y ese deseo sólo lo cumplirá el Espíritu Santo, derramado como respuesta al sacrificio de Cristo. Ese Espíritu, que es el Amor del Padre y el Hijo, une en un solo cuerpo a todas las almas en gracia. A ese Espíritu lo esperamos anhelantes en Pentecostés.

En muchas parroquias estamos rezando estos días el decenario al Espíritu Santo. Porque sabemos que al Paráclito hay que prepararle el camino. Y no lo hacemos sólo rezando; queremos que, cuando llegue, nos encuentre realizando su obra.

Su obra es la unidad de los hombres en Cristo. Por eso, actuaríamos contra el Espíritu si no fuéramos, cada uno, fermento de unidad. ¿Acaso podrá el Consolador unir a los hombres si nos encuentra juzgando a los hermanos, chismorreando de unos, hablando mal de otros, o fomentando divisiones en la Iglesia?

Más bien, preparémosle el camino siendo, cada uno de nosotros, fermento de unidad allí donde estemos. Sanemos las heridas del Cuerpo de Cristo.

(TP07J)

No hay salvación fuera de Cristo

Qué frecuente, y qué peligrosa es esa convicción que lleva a muchos a pensar que, como Dios es bueno, al final todas las almas se salvarán. Y, por tanto, si pido por mi hijo, pediré que encuentre un buen trabajo y una buena novia. Lo de que no quiera ir a Misa ni confesarse no creo que sea problema. Con lo bueno que es Dios, no acabará en el infierno.

Del infierno, precisamente, viene esa falsa tranquilidad. Es un narcótico con que el Maligno adormece las conciencias, para que no participen de la angustia de Cristo por la salvación del hombre. Porque lo cierto es que las cosas no son así:

Yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura.

Estas palabras del Señor no son una sentencia firme de condena para Judas. Al traidor aún le quedaban horas de vida y, mientras queda vida, la mano misericordiosa de Cristo sigue tendida hacia el hombre. Pero quien no la tome, quien no abrace a Cristo como Salvador, no podrá salvarse, porque no hay salvación para el hombre fuera de Cristo.

(TP07X)

El grito de un hombre que se siente solo

El grito desgarrador de Cristo sobre la Cruz ha escandalizado a muchos: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46).

No estoy solo, porque está conmigo el Padre. Horas después de haber afirmado que Dios estaba con Él, Jesús se encarará con su Padre y le reprochará que lo ha abandonado.

Sólo quien haya olvidado que Cristo es hombre puede escandalizarse de esta aparente contradicción. Pero Cristo es hombre. Y, como hombre, está dotado de una afectividad como la nuestra. ¿Nunca te has sentido solo?

¿Cómo no iba a sentirse solo Jesús clavado en el Leño, vomitado de la tierra y aún no recibido en el cielo, como pájaro sin pareja en el tejado (Sal 102, 8)? El grito que profiere desde la Cruz es el de una afectividad herida y desamparada.

Pero Cristo también tiene alma. Y, aunque se sienta solo, en su alma sabe que no lo está. Si llevó su sacrificio hasta el final fue porque se supo amado, acompañado y protegido por su Padre.

Por eso, si alguna vez te sientes solo, recógete en tu alma y recuerda que no lo estás. Vive de lo que sabes, no de lo que sientes.

(TP07L)

Que no es hotel, sino camino

hotelesSi esta vida fuera un hotel, yo me quejaría del servicio. Las instalaciones son incómodas, la habitación tiene goteras, la cama es dura, los vecinos alborotan y ni siquiera el wifi funciona bien. Incluso quienes viven en la suite se quejan de que la comida nunca está a su gusto. Si esta vida fuera un hotel, no le daría más de dos estrellas.

Pero esta vida no es un hotel.

Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

Desde el momento en que Jesús, tras resucitar de entre los muertos, ascendió al cielo y se dejó la puerta abierta, esta vida se ha convertido en un camino hacia la eternidad. El propio Jesús, presente por su Espíritu, camina a nuestro lado. Y, conforme ascendemos, vamos gritando a los hombres para que se unan a nuestra marcha.

Ahora entenderás las estrecheces. El camino es arduo y nuestras fuerzas pocas. Pero es Jesús quien nos guía, nos alimenta y nos conforta. Si desfallecemos, nos lleva en brazos.

Deja de quejarte del servicio, y ven. Que esta vida no es hotel, sino camino a Casa. Y nuestra casa es el cielo. Diez estrellas.

(ASCB)

La oración en nombre de Jesús

No entiendes las palabras de Jesús: Si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Has pedido a Dios muchas cosas que no has recibido. Y siempre concluías tu oración diciendo: «Por Jesucristo nuestro Señor. Amén». Por eso piensas que esas palabras de Jesús no se han cumplido en ti.

Es que no es eso. Te lo explicaré con un ejemplo que se nos quedará pequeño, pero de momento servirá. Supón que una madre dice a su hijo: «Ve a la tienda y pide en mi nombre tres barras de pan. Diles que más tarde iré yo a pagarlas». Al niño le darán el pan, porque va en nombre de su madre. En la tienda conocen a la madre y se fían de ella. El niño no ha tenido que hacer otra cosa sino pedir, en nombre de la madre, lo que la madre quería.

Pedir en nombre de Jesús es dejar que el Espíritu de Jesús pida en ti lo que Jesús quiere. A esa petición el Padre no puede negarse. Sin embargo, cuando empleas el nombre de Jesús para pedir lo que quieres tú… Dios, entonces, te dará lo mejor. Aunque no sea lo que pediste.

(TP06S)

Alegrías prestadas y gozos eternos

Mucha gente, cuando toca con los dedos la felicidad, siente miedo. Piensa que aquello no puede durar; que, tarde o temprano, sucederá algo terrible que tire por tierra el castillo de naipes. Y ese miedo les impide disfrutar plenamente de la dicha.

Yo lo comprendo. Sienten que toda alegría es prestada, y que los préstamos se devuelven. Tienes salud, disfrútala… pero mañana enfermarás. Has triunfado, me alegro… pero pronto puedes fracasar. Has vencido a la tentación, has evitado el pecado y has obrado bien, qué alegría… pero antes de esta noche podrías sucumbir. Podríamos seguir, la lista de alegrías prestadas es casi interminable.

Volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Cristo, que ascendió a los cielos, vuelve en su Espíritu, se asienta en tu alma y te regala su alegría. No te la presta, te la regala. Es la alegría con que su Amor ilumina el alma. Si enfermas, te sigue amando. Si fracasas, te sigue amando. Si pecas, ¡te sigue amando!

Por eso, si tu alegría es el Amor de Cristo, no temas. Nadie te la quitará. Sólo tú podrías perderla si vuelves la espalda a ese Amor. No lo permita Dios.

(TP06V)

Tristezas que esconden alegrías

alegría¡Cómo nos hubiera gustado estar allí, escondidos tras un arbusto, para contemplar ese momento en que el rostro de María Magdalena, empapado en lágrimas, se iluminó de repente al reconocer a Jesús! En ese instante, en ese rostro, se cumplieron las palabras que Cristo pronunció en la Última Cena:

Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.

Si María no hubiese llorado al Jesús que creía perdido, no se habría alegrado al recobrarlo resucitado. Si, en lugar de volver al sepulcro en busca del cuerpo del Maestro, se hubiera alegrado con quienes festejaban su muerte, habría muerto con ellos.

Escribo esto porque sé que, muchas veces, el camino de la fe se nos muestra como un camino de tinieblas, mientras el mundo, el demonio y la carne nos deslumbran con sus luces de neón. Se queja el adolescente de que sus padres quieren llevarlo a misa, cuando sus amigos se han reunido para un partido de fútbol. Y le cuesta al adulto perdonar una ofensa y tender la mano, cuando lo fácil sería volar los puentes con la persona «tóxica». Pero hay tinieblas que esconden mucha luz detrás de ellas, y jamás lo sabremos si no la cruzamos.

(TP06J)

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