Alegrías prestadas y gozos eternos

Mucha gente, cuando toca con los dedos la felicidad, siente miedo. Piensa que aquello no puede durar; que, tarde o temprano, sucederá algo terrible que tire por tierra el castillo de naipes. Y ese miedo les impide disfrutar plenamente de la dicha.

Yo lo comprendo. Sienten que toda alegría es prestada, y que los préstamos se devuelven. Tienes salud, disfrútala… pero mañana enfermarás. Has triunfado, me alegro… pero pronto puedes fracasar. Has vencido a la tentación, has evitado el pecado y has obrado bien, qué alegría… pero antes de esta noche podrías sucumbir. Podríamos seguir, la lista de alegrías prestadas es casi interminable.

Volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Cristo, que ascendió a los cielos, vuelve en su Espíritu, se asienta en tu alma y te regala su alegría. No te la presta, te la regala. Es la alegría con que su Amor ilumina el alma. Si enfermas, te sigue amando. Si fracasas, te sigue amando. Si pecas, ¡te sigue amando!

Por eso, si tu alegría es el Amor de Cristo, no temas. Nadie te la quitará. Sólo tú podrías perderla si vuelves la espalda a ese Amor. No lo permita Dios.

(TP06V)