La Resurrección del Señor

Pascua – Página 3 – Espiritualidad digital

Amadlos, aunque os odien

Ha habido épocas –no muchas– en las que ser cristiano estaba bien visto. Y la tentación, entonces, era la hipocresía. Muchos necios se hacían pasar por santos para ser populares, y también, por desgracia, algunos santos fueron tenidos por necios. En nuestros días, en Occidente, ser cristiano no significa, precisamente, ser popular. Y la tentación es la cobardía, el silencio con que muchos guardan su cristianismo en la intimidad para no ser etiquetados y poder gozar de popularidad.

No caigáis en esa tentación. No tengáis miedo de mostraros como cristianos, con naturalidad, sin rarezas ni excentricidades. Pero tampoco os extrañe que muchos, al saber que amáis a Cristo, os detesten. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.

Compadeceos de ellos y queredlos, no los juzguéis. Si se rebelan contra vosotros es, sencillamente, porque los dejáis mal; ponéis en evidencia su pecado con vuestra vida, y por eso os odian.

Haced con ellos como hizo el Señor. Tratad de redimirlos amándolos y sufriendo mansa y pacientemente su odio. Y evitad, a toda costa, buscar sólo la compañía de quienes comparten vuestra fe. Sed valientes.

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Nicodemo empanado

NicodemoImaginad la cara de estupefacción de Nicodemo al escuchar las palabras del Señor. En mi época (el siglo pasado), habríamos dicho que se quedó «a cuadros». Hoy dirían que Jesús «rayó» a Nicodemo y Nicodemo se quedó «empanado». Yo también quedo empanado cuando comulgo.

¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes? Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales?

Las cosas terrenas son las que pueden transmitirse en palabras. Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Todo ello, por misterioso que parezca, es terreno, como terrenos son los sacramentos. Hace referencia a esa parte de la tierra que Dios pisa para entrar dentro del hombre.

Pero ¿cuáles son las cosas celestiales? No os lo puedo decir. Son realidades inefables que transmite el Espíritu a las almas escogidas. Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena (Jn 16, 12-13). Las cosas celestiales las conocen quienes saben escuchar el silencio de Dios.

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La divina misericordia y las manos de los sacerdotes

El domingo de resurrección comenzó con una explosión de luz, y culminó, al caer la tarde, con un derramamiento de agua.

Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos. En la versión que nos ofrece san Lucas, Jesús dice a los apóstoles: Se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén (Lc 24, 47).

Ambas declaraciones nos llevan a la misma imagen: Un río de agua que brota del costado de Cristo y recorre la Historia y el Orbe limpiando los pecados de los hombres. Y ese río pasa, siempre, a través de las manos de los sacerdotes. A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados. Nadie, por más que lo pretenda, se confiesa «directamente con Dios». El caño de la divina misericordia en la Iglesia son las manos de los presbíteros. A ellas debemos acudir para beber de las fuentes de la salvación.

¡Bendita gracia, efusión de la divina misericordia! Ella limpia el pecado, llena de Dios el alma y nos convierte en templos. Y bendito sacerdocio, que convierte a hombres pecadores en dispensadores de tesoros celestiales.

(TPB02)

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Un Evangelio escrito por escépticos

No puedo agradecer, ni a Dios ni a los hombres, un pecado, porque el pecado es el mal absoluto. Pero agradezco a Dios que permitiera esa falta de fe de los apóstoles que, al fin y al cabo, tan creíble ha hecho al Evangelio. ¿A qué me refiero? A que quienes nos han transmitido el hecho central de nuestra fe, la resurrección de Cristo, no eran, precisamente, unos fanáticos dispuestos a seguir la fiesta a toda costa tras la muerte de Jesús, sino unos auténticos cabezotas que se negaron a creer hasta que no tuvieron más remedio.

Estaban de duelo y llorando… No la creyeron… no los creyeron… Jesús les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado.

Éstos son quienes nos han transmitido el Evangelio: unos escépticos, unos pecadores que creyeron a su pesar, y sólo cuando habían visto. Pero a estos escépticos habrá que reconocerles que, una vez convertidos, no pudieron dejar de hablar, durante el resto de sus vidas, de cuanto habían visto y oído.

Me es mucho más fácil creer en un Evangelio escrito por escépticos que en un panegírico escrito por admiradores.

(TP01S)

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Con la mirada en la orilla

Amanece tras una mala noche de pesca. Mucho sueño y ningún pez. Nadie habla. Hasta el fresco de la mañana huele a tristeza. Una voz, venida desde la orilla, corta el aire:

Muchachos, ¿tenéis pescado?

Si no hay vida de oración, no se puede escuchar esa voz. Entonces la vida queda en la esterilidad de una mala noche coronada por la muerte. Pero, cuando hay vida de oración, el punto de referencia no está en el mar, sino en la orilla; porque esa voz viene del cielo. Es la voz de Cristo resucitado la que nos lleva y nos trae, la que nos pide y, a la vez, nos da lo que nos pide. Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.

Es el Señor.

Juan, el apóstol casto que, ante el sepulcro vacío, vio y creyó, es quien ve a Jesús y reconoce su voz. Porque es en el sosiego de la oración donde el alma ve y escucha. Cuando vivimos así, pendientes del cielo, nuestra vida ya no se explica por los criterios del mundo; todo en ella apunta a la orilla. Y los hombres, cuando nos ven, tienen, al fin, que levantar la vista.

(TP01V)

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¡Quién te hubiera palpado!

Qué oportunidad perdida. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos. Creo que no te palparon, se quedaron paralizados. Si te hubieran palpado, no diría Lucas que no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos. Como pasmarotes. Tampoco creo que, ocho días después, Tomás llegase a meter la mano en tu costado. Estaba también como un pasmarote.

Es fácil decirlo ahora, pero yo me habría lanzado. Te habría palpado, te habría abrazado, habría besado tus manos y, de haber podido, habría besado también tu costado hasta beber en él vida eterna a raudales, hasta sacar aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

Sé que, de haberlo hecho, me habrías dicho, como a la Magdalena, que te soltara, que no te retuviera. Y, qué le iba a hacer, te soltaría, pero que me quiten lo palpado, lo abrazado y lo bebido. Me faltaría tiempo para contárselo a todo el mundo.

Ah, que no se me olvide. Por algún motivo, creo que Juan llegó a hacer eso. Si no, no hubiera hablado de lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida (1Jn 1, 1). ¡Qué bien le comprendo!

(TP01J)

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Cosas que pasan cuando nos perdemos la vigilia

Ya sé que se celebra de noche, pero nadie debería perderse la Vigilia Pascual. Cuando uno se pierde la Vigilia Pascual le pasan cosas como las que les sucedieron a los de Emaús.

Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. La historia que cuentan es lo que se llama una visión plana de los hechos. Vienen a explicar que el paso de Jesús por la línea del tiempo ha terminado. Y es verdad. Además, no ha respondido a ninguna de las expectativas relativas al Mesías: no ha resuelto ningún problema. Conclusión: estos dos se habían perdido la Vigilia.

La suerte es que Jesús se la celebró en diferido. Les leyó todas las lecturas del Antiguo Testamento, se las explicó, y partió para ellos el pan. El cirio pascual era Él, y los corazones de aquellos dos se encendieron como candelas.

Entonces se dieron cuenta: Jesús ha resucitado, ha escapado del tiempo y ha dejado abierta la brecha para que también nosotros tengamos vida eterna. Volvieron cantando el Aleluya.

(TP01X)

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