La Resurrección del Señor

Pascua – Página 3 – Espiritualidad digital

La iglesia que el mundo quiere

Poco antes de morir, víctima del odio de los hombres, Jesús anuncia a los suyos: Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, por eso el mundo os odia.

Pero… ¿y si no nos odia? ¿No será ésa la señal de que hemos perdido definitivamente el camino?

Quienes afirman que el mundo quiere acabar con la Iglesia se equivocan. El mundo no quiere acabar con la Iglesia, porque ha aprendido que la Iglesia es más fecunda cuando es más perseguida. Lo que quiere el mundo es una iglesia que no moleste, que no le denuncie su pecado, que se recluya en los templos para orar y sólo salga de ellos para realizar labores sociales. A esa iglesia el mundo la ama, e incluso está dispuesto a premiarla con alabanzas… Siempre y cuando no se empeñe en gritar la verdad.

Al mundo no le molesta que recemos, ni que asistamos a los pobres. Le molesta que hablemos de Cristo a quienes no lo conocen. Por eso, si el mundo no nos odia… Termina tú la frase.

(TP05S)

«Cumplidores» y «guardadores»

Me gusta el verbo «guardar» cuando lo pronuncia Jesús. No es lo mismo que «cumplir». Porque una máquina cumple su cometido, pero no guarda mandamiento alguno. Yo no quiero ser «cumplidor», pero sí quiero ser «guardador».

Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

El cumplidor escucha el mandamiento y, a la voz de: «¡a sus órdenes!», se pone en marcha. Una vez cumplida la misión, marca una cruz en el recuadro correspondiente a la tarea y vuelve a sus cosas.

El «guardador», en cambio, es como la Virgen: escucha la palabra en lo profundo del alma, y la guarda en su corazón como se guarda un tesoro. La medita, la saborea, la acaricia y se deja acariciar por ella. Y esa misma palabra, que viene del Verbo de Dios, al ser meditada y saboreada se va cumpliendo a sí misma en la vida del «guardador». Poco a poco, como semilla que germina y se hace espiga, lo va llenando todo.

Cuando la semilla ha germinado, el «guardador» no dice: «misión cumplida», sino: El Poderoso ha hecho obras grandes en mí (Lc 1, 49).

(TP05J)

Sumergido en Dios

Imagina una tormenta en el Océano. Las aguas de la superficie se encrespan, las olas se levantan enfurecidas buscando las nubes, los vientos se desatan y a los hombres que navegan los devora la angustia. Si pudieras lanzarte al agua y sumergirte hasta las profundidades abisales, en lo profundo descubrirías silencio y aguas calmadas; nada que ver con el alboroto de la superficie.

La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón. El mundo vive en la superficie. La paz que anhela es un momento de calma entre tormenta y tormenta. «¡Qué bien estoy aquí!», se dice el ingenuo cuando, tras la jornada de trabajo, ha llegado a casa y se recuesta en el sillón mientras abre una cerveza. Diez minutos después, una llamada de teléfono con un aviso urgente lo ha levantado y sacado a la calle.

El alma en gracia vive sumergida en Dios, en aguas profundas, saboreando la paz de Cristo. Y, aunque por fuera se mueve al ritmo de las olas, como los demás, su ancla está fuertemente clavada en la Roca. Tiene vida espiritual. Por eso su paz es inalterable.

(TP05M)

Sarmiento de Cristo

En el capítulo 12 de la primera carta a los Corintios, san Pablo emplea, para referirse a la unidad entre Cristo y la Iglesia, el símil del cuerpo y sus miembros. Pero esta imagen está inspirada en la alegoría de la vid y los sarmientos, pronunciada por el propio Jesús: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.

Una misma vida corre por la cabeza y el cuerpo, y una misma savia corre por la vid y los sarmientos. Cabeza y cuerpo son uno; vid y sarmientos son uno; Cristo y el cristiano en gracia son uno.

Esa gracia la recibiste en el Bautismo, la puedes perder por el pecado, y la recuperas por la Penitencia. Quien ora habitualmente en gracia de Dios puede decir, con el Apóstol: Es Cristo quien vive en mí (Gál 2, 20). Poco a poco, si se evita el pecado mortal, la vida de Cristo se va apoderando del cristiano, y los sentimientos de Cristo van poblando su corazón.

¿Ama Cristo a esta persona? La amo yo. ¿Perdona Cristo a este pecador? Lo perdono yo. ¿Le alegra a Cristo esta noticia? Me alegra a mí. ¿Llora Cristo ante esta desgracia? Lloro yo. Soy sarmiento de Cristo.

(TPB05)

Conocer al Padre es decir «Abbá»

No es difícil entender a Felipe. Tres años ha pasado Jesús hablando de su Padre y, ahora que se está despidiendo de los suyos, se comprende bien la petición del apóstol:

Señor, muéstranos al Padre y nos basta.

«No has parado de hablar de Él, ¿y te irás sin mostrarnos su rostro?». Quizá cualquiera de nosotros hubiéramos pedido lo mismo. Sin embargo… ¿qué esperaba Felipe, que Jesús chascase los dedos y, de repente, apareciera entre ellos un anciano barbiblanco?

Es que no es eso. Conocer al Padre es decir «Abbá», y decirlo desde Cristo, como gime un niño, para descansar en Él.

Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad (Jn 4, 24). A la Primera Persona la adoramos en la Tercera (el Espíritu) y por Segunda (puesto que Cristo es la Verdad).

Te lo explicaré de otra manera: El Espíritu, por la gracia infundida en tu alma a través del Bautismo y la Penitencia, te hace uno con Cristo, que es la Verdad. Y es ese Espíritu quien clama dentro de ti: «¡Abbá! ¡Padre!»

¿Quieres conocer al Padre? Déjate invadir por Cristo, déjate consagrar por su Espíritu, y reza en gracia el Padrenuestro.

(TP04S)

La alegoría del buen Pastor, en lo concreto

Imagina que llegas por primera vez a un pueblo, y preguntas a un vecino por el camino hacia la plaza. El vecino te indica que, para llegar, debes subir por la cuesta que tienes a tu derecha. Y tú, entonces, te enfadas: «¿Por qué tiene usted que ponerme el camino cuesta arriba? ¿Quién es usted para decirme lo que tengo que hacer? ¡Yo no subo cuestas, yo las bajo! ¡Menudo dictador está usted hecho!»… El pobre vecino se encoge de hombros: «Vaya usted por donde quiera, sólo pretendía ayudarle. Pero le aseguro que, bajando cuestas, no llegará a la plaza».

Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día. Si no quieres obedecer al sacerdote cuando te muestra el camino del cielo, no la emprendas contra él, que él no quiere juzgarte ni obligarte. Ahora bien, esa palabra que él te ha dicho indicándote el camino, esa palabra que tú has querido ignorar, será la que te juzgue. Él fue buen pastor para ti, pero tú no quisiste dejarte guiar.

(TP04X)

En la vida y en la muerte, somos del Señor

¿Sabes lo que es el éxtasis? No pienses en fenómenos extraordinarios que, aunque los haya de cuando en cuando, no te darán la definición. Literalmente, «éxtasis» significa salir de uno mismo. Cuando el ser amado te roba el corazón, entonces te saca de ti mismo, te expropia dulcemente y pasas a ser suyo; le perteneces. Eso es éxtasis. San Lucas dice que, en Antioquía, por vez primera llamaron a los discípulos «cristianos». Cristiano es quien pertenece a Cristo. Hace falta un éxtasis para eso.

Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Somos las ovejas del buen Pastor; le pertenecemos, nos ha robado el corazón y nos ha comprado con su sangre. Por eso, no somos dueños de nuestras vidas, sino que caminamos junto a Él y hacemos sus obras. Si tan sólo lo siguiéramos, podríamos perdernos. Pero, si somos suyos, entonces estamos protegidos por Él, y ni todos los demonios juntos podrán apartarnos de su lado.

Recuérdalo, para que tengas paz: Si tú no quieres apartarte de Jesús, nada te apartará de Él. Ni tus miserias.

(TP04M)

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