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Pascua – Página 3 – Espiritualidad digital

Practicantes y contemplativos

Hace poco me preguntaba un joven: «¿Para qué me ha creado Dios?». No digo que sea una mala pregunta; todo hombre tiene una misión sobre la tierra. Pero esa pregunta es muy propia de nuestra generación, tan marcada por el sentido práctico. Todo debe servir para algo. Y yo, ¿para qué sirvo? Tan prácticos somos, que muchas veces, para decir que somos buenos cristianos, nos llamamos cristianos «practicantes». ¡Qué horror!

La primera pregunta no es «¿para qué?», sino «¿por qué?». ¿Por qué me ha creado Dios? Dios me ha creado porque me ama. Y si me ama, antes de saber cuál es mi misión, yo quiero disfrutar ese Amor. Deseo ver a Dios. Antes de ser práctico –o practicante– quiero ser contemplativo. Sólo seré eficaz si primero soy feliz.

El que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él. No puedo ver a Cristo con mis ojos. Pero puedo paladear su palabra y devorar su cuerpo. Cuando lo hago, Él se manifiesta ante mi alma por la fe. Y entonces, lleno de ese Amor, deseo entregar mi vida al cumplimiento de su voluntad. Ya sé «para qué» me creó: para amarlo.

(TPA06)

Creo en mi partida de Bautismo

Mi partida de nacimiento dice que he nacido en Madrid. Pero mi partida de Bautismo asegura que he nacido del cielo, que no he nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino de Dios (Jn 1, 13). Confirmo el dato de mi partida de nacimiento, pero creo en mi partida de Bautismo. El Amor de Cristo me hizo nacer de nuevo, y soy ciudadano del cielo, conciudadano de los santos, y miembro de la familia de Dios (Ef 2, 19).

No sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo. Poco después, el Señor pedirá a su Padre que no saque a los suyos del mundo, sino que los guarde del mal (Cf. Jn 17, 15). Vivimos aquí, pero no somos de aquí. Somos del cielo, y nuestros anhelos están en el cielo, en los bienes de arriba. Por eso somos capaces de renunciar a muchas cosas por las que los hombres se matan unos a otros. Y unos nos odian, porque están en guerra con Dios, mientras otros se preguntan qué nos sucede, de qué vamos… Estos últimos acaban mirando al cielo.

Recuérdalo: estás aquí, pero no eres de aquí.

(TP05S)

Porque amar siempre es cosa de dos

Amar siempre es cosa de dos. Tú puedes profesar a otra persona un cariño inmenso, y quisieras entregarle tu propia vida. Pero si esa persona no quiere tu vida, ni quiere tu amor, ni quiere tu ayuda, tu amor es un amor frustrado. ¿Qué podemos hacer, qué puede hacer Dios con quienes parecen empeñados en no dejarse amar?

Por eso inventó Cristo un amor sacerdotal, un amor nuevo que lo llevó a promulgar su Mandamiento Nuevo: Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Ya no se trata de dar la vida a los amigos, si los «amigos» no la quieren recibir. Se trata de entregar la vida a Dios por los amigos. Cierto, amar es cosa de dos. Y si tú no quieres recibir mi amor, no lo derramaré en vano. Desde la Cruz, entregaré al Padre toda mi sangre por ti. Y seremos dos –el Padre y yo– los que con nuestro Amor te redimiremos.

Ahora te toca a ti. Unido a Cristo crucificado, entrega tu vida a Dios en sacrificio por quienes no quieren dejarse amar.

(TP05V)

No te retires

Todo el capítulo 15 de san Juan está atravesado por un estribillo: «Permaneced». Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí… Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros… Y hoy: Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor.

Es como decir: «Te estoy mirando, mírame. Te estoy amando, ámame». Como el Padre me amó, así os he amado yo. «Mantente en relación de amor conmigo, no te apartes de mí mientras te amo. Porque si, mientras yo te miro, tú te das la vuelta, se interrumpe el amor. Si, mientras yo te amo, tú te entregas al amor de las criaturas, me olvidas y me quedo solo amándote».

Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor. «Guarda en tu corazón mis palabras, paladéalas día y noche, recuérdalas mientras trabajas, mientras vas de viaje, mientras haces la compra, mientras comes, mientras duermes, y permanecerás en mi amor. Entonces recibirás mi vida, y tú vivirás para mí. Y al comprobar lo feliz que eres, incluso en medio de las pruebas, sabrás que te creé para amarme y recibir mi amor».

(TP05J)

Él lo es todo

Cuando el libro del Eclesiástico intenta describir la grandeza de Dios, tras haber llenado versículos y versículos con descripciones, se cansa y concluye: En una palabra: «Él lo es todo» (Ecclo 43, 27). Imposible decirlo mejor.

Muchos se quejan de que no escuchan a Dios, pero lo que les sucede es que quisieran oír palabras atronadoras venidas del cielo, y eso no va a suceder. Si quieres escuchar a Dios, ahí tienes su palabra. Lee las Escrituras. Pero, por si fuera poco, echa una mirada a tu alrededor y descubrirás que Dios no para de hablar. Todo cuanto existe, cuanto sucede, habla de Él.

Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. Si Cristo es la vid verdadera, cuando veas una vid en los campos de Castilla recuerda que no es ella la verdad, sino la palabra que te habla de la Verdad. Contempla sus sarmientos y escucha: Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Ya estás escuchando a Dios.

Él lo es todo. Es el verdadero pan, la verdadera roca, la verdadera puerta, la verdadera luz… Todo habla de Él.

(TP05X)

Tiempo de fe

hostia¡Qué palabras tan misteriosas, y qué temendo el misterio que encierran! Me voy y vuelvo a vuestro lado.

A primera vista, parecen las palabras de quien anuncia que sale a la calle a comprar el pan y vuelve en cinco minutos. Pero el pan, precisamente el Pan es lo único que ha quedado sobre la mesa. Los cinco minutos pasaron hace veinte siglos, y la puerta por la que salió no era precisamente la de la calle, sino la del cielo: la Cruz.

Pero Jesús no vuelve como se fue. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya ha sucedido. Es hora de creer, tiempo de fe y no de visión. Antes, los ojos de los apóstoles veían el rostro del Señor, y la fe lo proclamaba Hijo de Dios. Ahora los ojos, nuestros ojos, quedan fijos en el Pan, colgados de los accidentes, de la apariencia de la sagrada Hostia, y lo que ven es nada. Bendita nada. Porque, a la vez que la mirada reposa en esa pobre apariencia, la fe proclama que allí está Cristo con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad.

¡Señor mío y Dios mío!

(TP05M)

San Judas, tu vecino y tú

Prestamos poca atención a san Judas Tadeo. Cuando yo era niño, el ABC traía, todos los días, el texto de la novena al apóstol. Pero en aquel ABC, del que mi abuela no perdonaba ni una página, aún escribía Julián Marías. ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí, san Judas! El pobre tuvo la mala suerte de ser tocayo de un traidor. No hay niños que se llamen Judas, aunque hay Tadeos. Hoy san Judas hace una pregunta, y quiero fijarme en ella; el interrogante sigue abierto:

¿Qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo? ¿Por qué yo tengo fe y mi vecino no? ¿Soy acaso yo mejor que él? Jesús responde:

El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. Tienes fe porque has escuchado la palabra y le has abierto las puertas del corazón. Si tu vecino no tiene fe, ¿no será porque no ha escuchado la palabra? Y, si no ha escuchado la palabra, ¿no será porque nadie se la ha anunciado? Deberías pensar que la palabra que tú escuchaste se te dio para que la anunciases al vecino. ¿Lo has hecho?

(TP05L)

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