Cristo en su Pasión

Pascua – Página 3 – Espiritualidad digital

No es bastante

Soy hijo de Dios. Por mí mismo nada puedo. Pero me enseñaron que un hijo de Dios puede pedir la luna si le place. Sin embargo, a mí la luna no me basta. ¿Para qué la quiero? No tengo dónde guardarla. Yo quiero más.

Cristo ha resucitado corporalmente, ha invitado a los suyos a palparlo, ha comido y bebido con ellos… Yo quiero eso.

Yo lo resucitaré en el último día. Ahora me alimento cada día con el pan de vida. Y es maravilloso, dulce como la miel al paladar del alma. Pero no es bastante.

Ahora tengo vida eterna, gozo las delicias del cielo en lo más profundo de mi ser. Pero no es bastante.

Cuando muera, mi alma, libre ya de las ataduras de esta vida y de las pruebas y dolores de la muerte, volará hacia Dios y habitará en Él. Pero no es bastante.

Sólo cuando llegue ese «último día», cuando vuelva el Señor entre las nubes del cielo, cuando mi pobre cuerpo resucite y yo recupere mis ojos, mis brazos y mis labios, ya glorificados; cuando pueda mirar los ojos de Jesús, cuando pueda abrazarlo y besar las mejillas de María… sólo entonces será bastante.

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Danos siempre de este pan

Me cuesta entender a los cristianos que, pudiendo hacerlo, no comulgan a diario. Yo le pido a Dios que no pase un solo día sin comulgar, necesito desesperadamente ese alimento. Sé que quienes no sienten esa hambre es porque lo han probado poco. Pero a quienes he dicho: «Prueba a comulgar diariamente durante dos semanas, y verás que no puedes ya pasar sin ello» me han dado la razón. Cuando no se prueba, no apetece. Cuando se prueba, ese alimento se vuelve más necesario que respirar.

Señor, danos siempre de este pan. Es la traslación, en lenguaje sencillo, del «danos hoy nuestro pan de cada día» del Padrenuestro. La comunión no se compra, no se fabrica, no se obtiene con esfuerzo. Se mendiga al cielo como suplica un pobre que morirá de hambre si no es escuchado.

Cuidad mucho en estos días la comunión diaria. Es el escenario natural del encuentro con Cristo resucitado en esta vida. Allí, en ese encuentro, nos dice Cristo: Yo soy el pan de vida, como dijo a Moisés «Yo soy» desde la zarza. O como dijo a los apóstoles «soy yo» en el cenáculo. Entonces entiendes que, hasta que no comulgaste, tú no eras.

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Pan del cielo que lleva al cielo

Comienza hoy el discurso del pan de vida, que nos acompañará durante varias jornadas. Hay que saborearlo como se saborea la comunión, hay que gustar la dulzura de esas palabras y dejar que embriaguen el alma hasta llenarla con el gozo de un Dios que quiere morar en nosotros.

Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna. Desde el principio deja claro Jesús que va a hablar de vida eterna, de un alimento que no saciará los vientres, sino las almas.

Fue, quizás, el discurso más controvertido del Señor, y cuando terminó de pronunciarlo se quedó, prácticamente, sin discípulos. Lo tomaron por loco. Pero no entendieron ese comienzo, no se percataron de que Cristo hablaba de un alimento celeste.

La Eucaristía viene del cielo, es pan del cielo que nos lleva al cielo. Pasa por la tierra y por el cuerpo como un don, gracias a las sagradas especies y su apariencia de pan y vino. Pero, si se devora con fe y amor, tiene lugar esa comunión que nos eleva sobre el tiempo y el espacio. Ese abrazo amoroso entre Cristo y el alma en la eternidad es el cielo.

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Una deuda pendiente

SimónSiete sentados en corro al atardecer. Se miran y no hablan. Simón dice, mientras se levanta: Me voy a pescar. No dice «vamos a pescar», sino «me voy a pescar». Está abatido. Son sus primeras palabras en el evangelio tras el «no conozco a ese hombre».

Sabemos que Cristo resucitado se apareció a Pedro el mismo domingo. Pero está claro, a la vista de su desolación, que aquel encuentro no fue suficiente. Quizá fue muy breve, al pescador no le dio tiempo a hacer lo que necesitaba: pedir perdón. Tampoco hubiera sabido cómo hacerlo.

Es el Señor, exclama Juan. Y, de repente, Pedro se dispara. Se ató la túnica y se echó al agua. De nuevo prescinde de sus compañeros. Aunque en esta ocasión no le siguieron, prefirieron llegar en barca. ¿Por qué tanta prisa?

Porque no aguanta más. Llega empapado a la orilla y abraza a Jesús. Pero sigue sin saber cómo pedir perdón. Jesús le ayudará: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Tras la tercera pregunta, rompe al fin a llorar: Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. Jesús sonríe: Apacienta mis ovejas. Y el corazón de Pedro, ante esa sonrisa, al fin encuentra la paz.

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¿Qué es eso para tantos?

Grandes penitencias, largas oraciones, propósitos descomunales, proyectos ambiciosos… No me fío de quienes todo lo quieren hacer «a lo grande». Me fiaría si ellos fueran grandes, pero grande sólo es Dios. Lo único que quisiera hacer «a lo grande» es amarlo. Quisiera amarlo hasta que me reventara el corazón, sin medida ni freno. Pero, a la hora de hacer… uno se ve tan pequeño…

Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos? Llevo al altar un poco de pan y un poquito de vino, y sé que Dios quiere obrar la redención del género humano. Pero ¿qué es eso para tantos? Entonces toma Dios la pobre ofrenda, la transforma en el cuerpo y la sangre de su Hijo, y redime la tierra con ese santo sacrificio. Lo ha hecho Él, no yo. Si hubiese llevado veinte toneladas de pan al altar, igual me hubiese creído capaz de acabar con el hambre en el mundo.

Me miro a mí mismo… Soy tan poca cosa… ¿Qué eso para tantos? Y Dios me toma y perdona los pecados a través de mí.

Los pequeños debemos ofrecer cosas pequeñas. El grande es Dios.

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El evangelio según Van Gaal

¿Os acordáis de aquel entrenador holandés del Barça llamado Van Gaal? Se hizo famoso por una sola frase pronunciada de una manera peculiar: «Todo negativvvvo, nada positivvvvo»? Tendría que venir hoy a vernos para explicarnos el evangelio y poner en evidencia a los cenizos.

Porque muchos que se dicen cristianos encuentran un extraño placer en hurgar en las tinieblas: «Qué mal va todo. Qué mal me tratan. Qué mal tiempo hace. Qué mal va el país. Qué mal va la Iglesia. Qué mal va mi artritis». Yo me cambio de acera cuando encuentro a uno de éstos por la calle. «Todo negativvvvo, nada positivvvvo».

El que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios. ¡Hay tanta luz! Ha resucitado Cristo, nuestros pecados han sido perdonados, hemos sido hechos hijos de Dios, la muerte ha sido vencida y nos espera la gloria eterna, que disfrutamos ya. ¿Por qué hurgar en las tinieblas? Ya sabemos que hay realidades dolorosas. Pero hasta esos dolores han quedado asumidos en las gloriosas llagas de Cristo resucitado.

Sonríe. Anuncia a los hombres con tu alegría que Cristo vive. Llénate de luz y sé una lámpara.

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Nicodemo y el nuevo nacimiento

Nicodemo es todo un personaje. Tiene una honestidad intelectual que tira de espaldas: Nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él. Ojalá los demás fariseos hubieran sabido reconocer esos signos como lo hizo él. Sin embargo, a Nicodemo le puede la prudencia de este mundo. Aun reconociendo que Dios estaba con Jesús, no quiso significarse demasiado ante los demás fariseos hasta que el Señor no hubo muerto. Si se hubiese significado antes, quizá hubiera muerto con Él. ¡Quién sabe!

No te extrañes de que te haya dicho: «Tenéis que nacer de nuevo». En el fondo, le dio miedo nacer de nuevo: morir allí, en ese encuentro con Jesús, y que saliera por la puerta un Nicodemo nuevo, un Nicodemo que ha dejado todo atrás y sólo vive para Cristo, un Nicodemo que ha muerto al pecado y a la vanidad de las apariencias y honores de este mundo, un recién nacido a quien ya nada le importa salvo el Amor de Dios manifestado en Jesús.

Ojalá puedas decir que ya no eres el que eras. Ojalá puedas decir que, a partir de hoy, tu vida es Cristo, y que nada te importa sino Él.

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