La Resurrección del Señor

julio 2023 – Espiritualidad digital

El secreto de Dios

«Si le cuentas a Morse un secreto, se lo llevará a la tumba». Es de la serie «Endeavour», os la aconsejo, lástima que se me ha terminado. Pero se nota que es ficción. En este mundo no hay quien guarde un secreto, salvo los sacerdotes. Y eso porque la violación del sigilo sacramental conlleva excomunión. Bendita advertencia.

Anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo. Dios sabe guardar un secreto. Y ese secreto se lo llevó a la tumba. Con eso cumplió. Fue tras resucitar cuando el Espíritu abrió el entendimiento de los apóstoles y les hizo conocer, en las palabras de Jesús, el secreto mejor guardado de la Historia. Ese mismo Espíritu se lo sigue revelando a las almas en gracia, que han entrado en el secreto de Dios.

El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo… Éste es el secreto: que lo grande sea contenido en lo pequeño. Que pueda tener el hombre a Dios dentro de sí, como alberga la tierra el grano de mostaza. Que la escucha de la palabra nos convierta en templos. Que tú y yo seamos parte del secreto de Dios.

(TOI17L)

¡Vuelve a casa!

La familia entera salió de casa en busca del niño perdido. Se dispersaron por calles, plazas y jardines, y tanto se alejaron persiguiendo el rastro, que no sabían regresar. ¡Si les hubieran dicho que el niño estaba escondido bajo la cama!

Saliste de casa, y te dispersaste buscando redención. La buscaste en el dinero, la música, el sexo, el trabajo, el ruido, la aceptación de los demás… Tan disperso estabas que olvidaste que tienes alma. ¿Cómo podrás volver a casa, si vives como un perro callejero, mendigando pan en cada puerta?

El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo. ¿No sabes que hay un campo dentro de ti? Un campo inmenso, una pradera soleada bañada por un aire fresco y limpísimo. Escondido en ese campo se encuentra Dios.

El mundo ha olvidado la existencia del alma, el perfume del silencio, y el valor del recogimiento. Busca fuera la salvación escondida dentro del hombre. ¿Quién le indicará el camino? ¿Quién le enseñará a recogerse para encontrar a Dios? Bendito quien se lo anuncie, y dichoso quien escuche y vuelva a casa, porque el niño sigue bajo la cama, y el tesoro escondido en el campo.

(TOA17)

Un amor más fuerte que la muerte

En uno de sus pasajes más poéticos, dice el Cantar de los Cantares: Es fuerte el amor como la muerte, es cruel la pasión como el abismo; Las aguas caudalosas no podrán apagar el amor, ni anegarlo los ríos (Ct 8, 6-7).

En la Escritura hay mujeres así, cuyo amor salta sobre la barrera de la muerte y sigue su camino hacia lo eterno. Marta ha enterrado a su hermano hace cuatro días y, sin embargo, no lo da por perdido: Aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá. Sigue viva en ella, junto al amor, la esperanza; y, junto a la esperanza, la fe: Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Y Cristo no puede resistirse ante quien se acerca a Él con las tres lámparas encendidas: Tu hermano resucitará.

Muchos creemos que María de Betania es la propia María Magdalena. También ella, en la mañana del domingo, seguirá amando con amor ardiente al Cristo a quien cree muerto. Ese amor la hará merecedora de ver su rostro antes que nadie.

Benditas mujeres, cuyo amor es más fuerte que la muerte.

(2907)

Un santo hace ciento

La gente se toma demasiado en serio la política…

Los políticos no cambian la sociedad, porque ellos son la espuma de una sociedad sana o enferma. Los males no están en los parlamentos, sino en las calles. Y vosotros, que no estáis en los parlamentos, sí que estáis –debéis estar– en las calles. Podéis mucho más que ellos, porque el mundo lo cambian los santos. Por tanto, dejad de quejaros y poneos a rezar y a trabajar.

Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno. Ésta es la verdad de Dios: un santo hace ciento, o sesenta, o treinta. Ningún santo se santifica solo, porque es fermento en la masa. Si quienes leéis estas líneas, y quien las escribe, nos lanzáramos resueltamente a la santidad, el mundo cambiaría en dos generaciones, y nada podrían contra ello todos los políticos de todos los parlamentos. Aunque nos persiguieran hasta el martirio, no lograrían otra cosa que hacernos dar más fruto aún.

Ya sé que es más cómodo sentarse en el sofá y quejarse de los políticos. Pero no sirve para nada, salvo para pecar.

(TOI16V)

¿Qué pintas tú chateando ante un sagrario?

Si a mí me ponen delante de la pizarra de un matemático, llena de números, fórmulas y signos, puedo mirarla hasta que me duelan los ojos, pero no veré nada. Si me llevan a China y me sueltan en un restaurante lleno de chinos que hablan en chino, puedo estar oyéndolos hasta la migraña, pero no entenderé nada. Y así se cumplirían en mí las palabras del Señor:

Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver.

No te extrañe que una persona sin fe se aburra en misa. ¿Cómo no va a aburrirse? No entiende nada de lo que oye; la sagrada Forma le parece un trozo de pan. ¿Qué va a hacer? Sacar el teléfono móvil y responder los whatsapps mientras el sacerdote consagra.

A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Da gracias a Dios porque tienes fe. Conoces las Escrituras, y tras la apariencia de pan ves el Cuerpo de Cristo. Pero, si es así, el que te distraigas voluntariamente en misa o te dediques a chatear frente al sagrario constituye un pecado mayor. Deberías estar a la altura del don recibido.

(TOI16J)

¡Cuánto les hubiera gustado!

Joaquín y Ana¡Qué bien se cumplen, en Joaquín y Ana, las palabras del Señor!

Muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron.

Ellos fueron los primeros en ver, con sus ojos, a la Virgen María, a quien tantos profetas y justos desearon ver.

¡Cuánto le hubiera gustado a Eva poder ver a la mujer que aplastaría, con su talón, la cabeza de la serpiente que la sedujo a ella!

¡Cuánto le hubiera gustado a Sara, la madre de Isaac, el hijo de la promesa, ver a la madre del Hijo prometido, el que ocuparía el lugar de Isaac en el sacrificio ofrecido sobre el Monte!

¡Cuánto le hubiera gustado a Ana, la madre de Samuel, ver a la madre del Rey que recibiría el cetro entregado por Samuel a David!

¡Cuánto le hubiera gustado a Ester, la reina que salvó al pueblo con su intercesión, conocer a la reina del cielos y tierra, que intercede ante su Hijo por todos los hombres!

¡Cuánto le hubiera gustado a la reina de quien estaba escrito: Quiero hacer memorable tu nombre por generaciones y generaciones (Sal 44, 18) conocer a la reina a quien todas las generaciones proclamamos bienaventurada!

(2607)

El tremendo poder de los santos

No era fácil entender a un Mesías que había venido a poner el mundo «patas arriba». Literalmente. Tampoco es fácil hoy. Hasta que Cristo llegó, el mundo era de los grandes, de los que ocupan el vértice de la pirámide del poder. En ese vértice se habían sentado David y Salomón, y allí tenían guardado el trono reservado al Mesías. Por eso no es extraña la petición de la madre de los Zebedeos:

– Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.

– No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?

Tardaron mucho en comprender que, en adelante, no serían los poderosos quienes redimieran la tierra, sino los pequeños, los despreciados, los mártires, los santos.

Nos sucede como a ellos. Seguimos pensando que el mundo es de los fuertes, de los que están arriba. Culpamos a los políticos y las élites de todos los males, y acabamos pecando con un odio injustificado y estúpido.

Deberíamos haber aprendido que el mundo no se redime mandando, sino sirviendo. Y el cáliz del Señor lo tenemos todos muy a mano. Si aceptáramos beberlo, nosotros renovaríamos la tierra.

(2507)

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