La Resurrección del Señor

24 julio, 2023 – Espiritualidad digital

El tremendo poder de los santos

No era fácil entender a un Mesías que había venido a poner el mundo «patas arriba». Literalmente. Tampoco es fácil hoy. Hasta que Cristo llegó, el mundo era de los grandes, de los que ocupan el vértice de la pirámide del poder. En ese vértice se habían sentado David y Salomón, y allí tenían guardado el trono reservado al Mesías. Por eso no es extraña la petición de la madre de los Zebedeos:

– Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.

– No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?

Tardaron mucho en comprender que, en adelante, no serían los poderosos quienes redimieran la tierra, sino los pequeños, los despreciados, los mártires, los santos.

Nos sucede como a ellos. Seguimos pensando que el mundo es de los fuertes, de los que están arriba. Culpamos a los políticos y las élites de todos los males, y acabamos pecando con un odio injustificado y estúpido.

Deberíamos haber aprendido que el mundo no se redime mandando, sino sirviendo. Y el cáliz del Señor lo tenemos todos muy a mano. Si aceptáramos beberlo, nosotros renovaríamos la tierra.

(2507)

Frente a frente

La escena es tremenda, como un duelo entre colosos. Ahí tenéis, frente a frente, a la antigua Ley y al Hombre nuevo, encarados. Y la alianza antigua, en lugar de postrarse ante quien viene a darle plenitud, le planta cara y le exige una señal: «¡Demuéstrame quién eres tú!». Esa arrogancia alcanzará su culmen cuando, en el Sanedrín, el sumo sacerdote interrogue al Mesías y le pregunte abiertamente si es el Hijo del Bendito.

– Maestro, queremos ver un milagro tuyo.

– Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás.

Estas palabras son un lamento: «No queréis hacer mi voluntad, pero me exigís que haga la vuestra. No sabéis quién soy, ni deseáis escucharme. Pues bien: os daré un muerto como señal. Seré un muerto para vosotros, no sacaréis nada de mí salvo mi cadáver».

La antigua Ley halló su redención en Pablo. Cuando aquel fariseo de Tarso se vio, como sus antecesores, cara a cara con el Mesías, en lugar de hacerle frente se postró diciendo: ¿Qué debo hacer? (Hch 22, 10).

Recuerda: No es Dios quien tiene que hacer tu voluntad, sino tú quien debes hacer la suya.

(TOI16L)

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