La Resurrección del Señor

septiembre 2023 – Espiritualidad digital

Cuando tu señor es tu Padre

La parábola de los dos hijos enviados a la viña tiene algo especial. Jesús pronunció muchas parábolas sobre el trabajo de administradores, viñadores y labradores enviados por sus amos. Pero en esta parábola es un padre quien envía a sus hijos a trabajar.

Hijo, ve hoy a trabajar a la viña.

Le llama «hijo», y se lo pide con cariño. Cuando el hijo responde: Voy, señor, pero no va, el padre no se enfada ni se encara con él. En otras parábolas, el dueño castiga a sus empleados infieles. Aquí el padre no exige, quiere ser obedecido por amor.

Luego está el primer hijo. Ha respondido: No quiero, y el padre tampoco se ha enfadado con él. Pero, seguramente vencido por la mansedumbre de su padre, finalmente obedece.

Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Ellos, como este hijo, vieron en Cristo a un Dios que los amaba, aún en su pecado. La misericordia los convirtió.

Por último, estamos tú y yo. Dios no nos va a obligar a servirlo. Pero meditemos en el Amor con que nos llama, y en el bien que supone servir a tal Padre… ¿quién podrá resistirse?

(TOA26)

Don torpe del volante

¿Qué sientes cuando conduces por una carretera en la que está prohibido adelantar, y vas detrás de don «torpe del volante», que circula a 20 kms/h? La ansiedad se dispara, hasta que ves cerca tu desvío y sueñas con abandonar esa carretera y olvidarte de él. Pero, al llegar al desvío, don torpe del volante te persigue por delante (rima), y se desvía también por allí… ¡Otros ocho kilómetros detrás de él! Bueno, no voy a ensañarme, porque reconozco que, a veces, soy yo el de delante. Pero, ¿a que fastidia sentir que estás en manos de otra persona, y que no puedes hacer lo que quisieras porque dependes de él?

El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres. Esto son palabras mayores, y que se arrodille don torpe del volante. Porque el propio Dios encarnado, rey de reyes, que podría controlar a la Humanidad entera, se ha entregado rendidamente a los hombres, y los hombres lo hemos clavado en una Cruz. Y se entrega en manos de los sacerdotes en la Eucaristía, y en la vuestras cuando comulgáis…

¿De verdad nos vamos a enfadar cuando sintamos que nuestras vidas están en manos de otros?

(TOI25S)

Hijos de Dios, ciudadanos del cielo

El capítulo 28 del Génesis nos cuenta cómo Jacob, de camino a Jarán, durmió sobre una piedra. Y tuvo un sueño: una escalinata, apoyada en la tierra, con la cima tocaba el cielo. Ángeles de Dios subían y bajaban por ella (Gén 28, 12). Este sueño, anuncio de una nueva era en la historia entre Dios y los hombres, enlaza directamente con las palabras que Jesús dirige a Natanael:

Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.

Clavado en una Cruz que une el cielo con la tierra, Cristo es esa escalera por la que los ángeles descienden a la tierra y ascienden de nuevo al cielo.

Anteriormente, los ángeles visitaron ocasionalmente a los hombres, y los hombres, ante la visión de los espíritus celestes, temblaron. Hoy, a través de esa escalera, los ángeles conviven a diario con nosotros. Más aún, también nosotros vivimos donde ellos viven, porque esa escalera es más nuestra que suya. Y por ella ascendemos al cielo, y vivimos ya en la eternidad, y somos amigos, hermanos y familiares de Miguel, Gabriel, Rafael, y de todos los coros angélicos. Somos hijos de Dios, ciudadanos del cielo.

(2909)

El asombro a la espera de respuesta

Cuando un necio se encuentra ante una puesta de sol, se da la vuelta, se suena las narices y se come un bocadillo sin prestar atención a la maravilla que tiene a su lado. Herodes era un necio. Tuvo en sus labios la pregunta más sobrecogedora que podría hacerse un mortal, y la dejó pasar como si nada:

¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?

Esa pregunta es como abrir la puerta a un abismo. Debería quedar abierta durante toda la vida de un hombre, con la prohibición de que ninguna respuesta mezquina se acerque a cerrarla.

Celebro la Misa. Consagro el pan. ¿Quién es éste que se ha puesto en mis manos con semejante humildad? ¿Quién es éste que me ha pedido que cuide de Él? Comulgo. ¿Quién es éste que se deja devorar por mí? ¿Quién es éste que, dejando hambriento el cuerpo, llena mi alma de luz y de dulzura?

Miro al crucifijo. ¿Quién es éste, que puebla todos los crucifijos del Orbe? ¿Éste, que se muestra ultrajado y majestuoso a la vez? ¿Éste, cuyo nombre se lleva proclamando durante dos mil años?

No quiero respuestas hasta el cielo. Para la tierra, me basta la pregunta.

(TOI25J)

Las dos chaquetas

El verano ya es Historia. Y, con septiembre, llegaron las lluvias, los aires y el fresco de las mañanas de otoño. Hay que ponerse una chaqueta… Y entonces, miro el armario, y digo: «¡Ay de mí! Tengo dos chaquetas».

No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco tengáis dos túnicas cada uno.

Supongo que la chaqueta equivale a la túnica, ¿no? Más o menos. Pero me he tranquilizado. Cuando salgo a la calle y voy de camino, o cuando salgo de viaje, nunca me llevo las dos chaquetas. Están bien para el armario, pero de camino me basta con una. Si llevara las dos sudaría, y se me haría pesado andar. Necesito ir ligero.

Dios necesita que yo vaya ligero. Tengo que saber soltar lo que no me hace falta. Nada debe servirme de lastre ni de tropiezo.

¿Qué me hace falta? En realidad, me hace falta Cristo. Me abrazaré a Él fuertemente. Todo lo demás me sobra. Me sobran, incluso, las dos chaquetas. Llevaré puesta una por si acaso, pero, si me la quitan, con tal que no suelte a Cristo todo va bien. Pasaremos frío juntos. Su frío me dará calor.

(TOI25X)

La mamá de Indiana Jones

Una sociedad como la nuestra, en que buena parte de los jóvenes no abandona el hogar familiar hasta pasados los treinta años, tiene muy difícil entender el Evangelio y alumbrar vocaciones al celibato o la virginidad. Apenas nos quedan aventureros; este siglo le pertenece a las agencias de seguros.

Jesús tuvo palabras durísimas sobre las relaciones familiares: El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí (Mt 10, 37). Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 26). Al joven que le pidió enterrar a su padre antes de seguirlo le dijo: Tú, sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos (Mt 8, 22).

Él mismo marcó con su madre una misteriosa distancia. Hoy, cuando le dicen: Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte, ni siquiera sale a saludarla. Y, junto a la Cruz, la propia Virgen renunció a besar a su hijo, acariciarlo o vendarle las heridas. Se miraron uno al otro desde aquella distancia.

Sólo un necio puede pensar que es falta de amor. Es amor verdadero, sin ataduras.

(TOI25M)

No cubras la luz que recibiste

velaComo casi siempre sucede con las palabras del Señor, las que hoy nos trae el evangelio sólo cobran pleno sentido cuando las aplicamos al propio Cristo. Una vez contempladas en su vida, pediremos que se reflejen en las nuestras.

Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse.

Él es la luz del mundo. Él vivió treinta años de vida oculta y, después, se mostró a los hombres durante tres años. Finalmente, convertido ya en una tea inextinguible, subió al candelero de la Cruz, desde donde alumbra la Historia y el Cosmos. Bendito candelero de la Cruz, faro de navegantes y guía de extraviados.

También nosotros necesitamos momentos de ocultamiento, de soledad con Cristo en la oración. Pero ay de nosotros si, después, no iluminásemos a quienes nos rodean. Ay de nosotros, si convirtiéramos nuestras familias y grupitos piadosos en vasijas que encierran la luz. Ay de nosotros si no subiéramos al candelero de la Cruz. En ese caso, se nos quitaría hasta lo que creemos tener.

(TOI25L)

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