La Resurrección del Señor

septiembre 2023 – Página 2 – Espiritualidad digital

La entrega del tiempo

Hablamos de entregar la vida a Cristo, y muchos pensáis en el ideal del martirio. Pero los mártires entregaron la vida entregando la muerte. ¿Acaso es la única forma de entregar la vida? ¿No se puede, también, entregar la vida entregando la vida?

¡Pues claro! Y ahora me preguntaréis: ¿Y cómo se entrega la vida a Dios?

Sencillo: La vida se compone de tiempo. A todos se nos ha dado un tiempo, y ese tiempo está contado, contado por Dios. Entreguémosle a Dios todo nuestro tiempo, todos nuestros minutos, empleándolos en hacer su voluntad, y le habremos entregado la vida.

¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?

¿Lo ves? Dios no soporta ver al hombre ocioso. Un minuto perdido debería ser un pecado venial, quizá lo sea, tú acúsate de ello por si acaso.

Toma posesión de tu tiempo para que lo puedas entregar. Sé ordenado. Ten un horario: Una hora de acostarte, una hora de levantarte, un tiempo para rezar, un tiempo para trabajar, un tiempo para la familia, un tiempo para el descanso… Ajústate a ese horario y, si Dios te lo rompe, bendícele y adáptate sin rechistar. Así, minuto a minuto, entregarás la vida.

(TOA25)

Nobleza, generosidad, perseverancia

Entre quienes leéis estas líneas no hay edificios, ni campos de fútbol ni supermercados. Puesto que estáis leyendo la palabra de Dios y procurando asimilarla con estos comentarios, puede decirse que todos vosotros sois tierra donde el sembrador lanza la semilla. Y seguramente, tras leer la parábola de hoy, todos, igual que yo, quisierais ser tierra buena donde la semilla dé fruto abundante.

Lo de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia.

Aquí os deja el Señor las tres cualidades de esa tierra buena, a fin de que nos esforcemos por alcanzarlas y la palabra sembrada en nosotros produzca frutos de santidad:

Un corazón noble. Nobleza para no manipular la palabra, para dejarnos herir por ella si es preciso, para no hacerle decir al Señor lo que queremos oír, sino lo que Él quiere transmitirnos, aunque duela.

Y generoso. Generosidad para dejarnos expoliar por la palabra, para permitir que ella se adueñe de cuanto somos y tenemos, hasta que nuestras vidas estén a su servicio.

Dan fruto con perseverancia. Perseverancia para escuchar un día, y otro día, y otro día, sin abandonar jamás la oración.

(TOI24S)

Mujeres devotas

santas mujeresLa palabra «devoción», en español, tiene una historia maravillosa que nos lleva a la «devotio iberica». Antes de la llegada de los romanos, los devotos eran siervos de grandes guerreros que comprometían su vida con la de su amo hasta el punto de estar dispuestos a morir con él. Por eso, cuando el jefe moría, ellos debían suicidarse y eran enterrados con su señor. Ahora llamamos «devota» a una persona que reza con las manos juntitas, pero el asunto, como veis, es mucho más serio.

Cuenta san Lucas que Jesús caminaba acompañado por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades.

Estas mujeres constituían, digamos, un segundo «anillo» en torno a Jesús. El primero eran, lógicamente, los apóstoles. Pero en el momento clave, cuando Jesús sufrió su Pasión, el primer anillo se retiró casi entero, y fue este segundo anillo el que rodeó y confortó al Señor, acompañándolo en su muerte. He aquí la verdadera devoción. María Magdalena hubiera querido, incluso, ser enterrada con Él.

Sí, yo también junto las manitas para rezar. Pero seré realmente devoto cuando deje que me las aten y anuden el otro cabo de la cuerda a las manos de Jesús.

(TOI24V)

Primeros flechazos y largos caminos

Los comienzos de las historias de amor son siempre hermosos. La escena que hoy nos presenta el Evangelio narra el primer encuentro, el primer flechazo que cautivó de manera inesperada a un publicano y lo llevó a ser apóstol de Cristo.

Vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió. Lo narra el propio Mateo. Casi le reprocharíamos el ser tan escueto, tan sobrio… No nos cuenta lo que sintió, qué revolución tuvo lugar en su alma en apenas unos segundos. Pero lo cierto es que los evangelistas suelen darse muy poca importancia a sí mismos.

En todo caso, en esta escena aún no tenemos a san Mateo. Tenemos al publicano Leví cautivado, fascinado por la llamada del Señor y entusiasmado. Pero entre la conversión y la santidad media un largo camino. Y ese camino estuvo jalonado por tres años de convivencia íntima con Jesús. Después vino la deserción, cuando Jesús fue arrestado. Después, el encuentro con el Resucitado. Después, la venida del Espíritu. Después, la proclamación del Evangelio. Después, el martirio y, después, el cielo. Así formó Dios a san Mateo.

Tú… ¿por dónde vas?

(2109)

¿Por qué predicar?

Una verdad clara y distinta que un servidor tiene ampliamente contrastada y proclamada es que, en este planeta, todo el mundo hace lo que le da la gana. Eso convierte la predicación en un fracaso anunciado. Si alguno cree que con su predicación cambiará el mundo, o es un niño, o es un idiota. La gente acude a la iglesia, escucha al predicador, se queja si no le gusta y aplaude si le gusta, pero todos, sin apenas excepción, salen después del templo y siguen haciendo lo que les da la gana.

Vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís: «Tiene un demonio»; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «Mirad qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores».

Entonces… ¿por qué predicar? Por el fracaso mismo. Porque no es la fuerza del discurso la que mueve el mundo, sino el sacrificio redentor de la Cruz, al que se une el fracaso de la predicación. Ese fracaso, ofrecido a Dios, obtiene para los hombres el Espíritu y hace nacer hijos de la sabiduría, los únicos que le han dado la razón. Son, también, hijos del fracaso. Bendito fracaso.

(TOI24X)

María y la viuda de Naín

Llevemos la mirada al corazón humano del Salvador. Y a esa marejada de emociones que debió desatarse en su interior al entrar en Naín mientras sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda. También Él, no lo olvidemos, era hijo único de su madre, y también su madre era viuda. Aquella escena era el anticipo de la Piedad. ¡Cómo no iba a conmoverle el corazón, si sabía cómo iba a morir, y cómo una espada taladraría el corazón de su madre!

«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!» El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre. A esta mujer Jesús le ahorró el entierro de su hijo. A su madre no le sería ahorrado.

Con todo, ¿cuál de las dos mujeres recibió más? La viuda de Naín recobró a su hijo para esta vida; la cancelación del entierro no fue sino un aplazamiento. La Virgen, sin embargo, recuperaría a su Hijo para el cielo, y reinaría con Él eternamente.

¿Y nosotros? A nosotros no nos devuelve Jesús nuestros muertos para esta vida, sino que los lleva al cielo para que desde allí nos ayuden y nos esperen.

(TOI24M)

Aunque no somos dignos…

familiaFijaos qué delicadeza tuvo Jesús con aquel centurión. Los ancianos de los judíos pretendían recomendarlo diciendo: Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestra gente y nos ha construido la sinagoga. ¡Como si alguien, con su afecto y su dinero, pudiera merecer el favor de Dios! El centurión era más sensato, sabía que no era digno: No soy digno de que entres bajo mi techo. Dilo de palabra y mi criado quedará sano. Jesús, entonces, se admiró de la fe de aquel hombre. Y, sin entrar en su casa, le concedió cuanto pedía en consideración a aquella fe.

Considerad ahora cómo Jesús nos trata a nosotros mejor que a aquel centurión, aunque quizá no tengamos la misma fe. También nosotros, en cada misa, decimos: «No soy digno de que entres en mi casa». Pero Jesús, no obstante, entra en nosotros convertido en Pan de vida. Y nos sana por dentro, nos conforta y alimenta. Por eso, aunque no somos dignos, proclamamos: «Nos haces dignos de servirte en tu presencia».

No dejes de dar gracias después de cada misa. Mira que has recibido mucho. No salgas corriendo, aunque el sacerdote te diga: «Podéis ir en paz». Quédate unos minutos.

(TOI24L)

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