Nos guste o no, así es. No tenemos ojos en la nuca. O miramos hacia delante, o miramos hacia atrás. O vivimos mirando hacia la tierra, o vivimos mirando hacia el cielo. Tenemos que elegir.
Este mundo ofrece sus consuelos, y Cristo ofrece la Bienaventuranza, que es el Amor. No podemos buscar ambos a un tiempo.
Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres… El pobre, el odiado, el hambriento o el que llora no encuentran consuelo en la tierra, y buscan con más facilidad su descanso en Dios. Pero también quien tiene bienes materiales y alimento sobrado puede elegir, siguiendo a san Pablo, vivir como si no los tuviera, y, sirviéndose de ellos para alcanzar la vida eterna, buscar sólo en Cristo su descanso.
Lo triste es elegir a Dios para que nos ayude a ser ricos; es decir, mirar al cielo despreciando los bienes divinos y suplicando que no nos falten los consuelos terrenos. Eso es como ir a la joyería a pedir una pulsera de bisutería barata. Dios puede darte mucho más.
(TOI23X)