La Resurrección del Señor

octubre 2023 – Espiritualidad digital

Cur non ego?

En la novela «Los grandes cementerios bajo la luna» narra George Bernanos el famoso «Sermón de un ateo». En aquel sermón, que el pueblo permitía predicar al ateo en la fiesta de santa Teresa de Lisieux, acusaba el «predicador» a los católicos de hacer con los santos lo mismo que los soldados, en la guerra, hacían con sus capitanes. Cuando, desde la trinchera, el capitán daba la orden de salir al asalto, el capitán saltaba al campo de batalla mientras los soldados se quedaban en la trinchera aplaudiéndole y gritando: «¡Bravissimo, bravissimo!».

«Si isti, cur non ego?» («Si estos pudieron, ¿por qué yo no?»), se dijo san Agustín al leer las vidas de los santos. Se dio cuenta de que eran hombres hechos del mismo barro que él, y de que no fueron sus talentos excepcionales los que los hicieron santos, sino su «sí» rendido a la gracia. Ese «sí» abrió las puertas a Dios para que obrase maravillas en ellos.

Quizá ni tú ni yo poseemos talentos excepcionales. Pero podemos, como ellos, decir «sí» a lo que Dios nos pide. Y ese «sí», reiterado cada mañana, repetido tras cada caída, hará posible que seamos los santos que Dios quiere.

(0111)

Hazte pequeño

Cuando a Francisco de Asís le dijo Jesús: «Francisco, repara mi iglesia, que se desmorona», él pensó que se refería a aquel templo derruido de san Damián. Lo reparó, y después el de Nuestra Señora de Los Ángeles. Pero Jesús le hizo ver que no se refería a un templo, sino a la Iglesia de piedras vivas, herida por los pecados de los hombres. Francisco se desmoronó. ¿Cómo él, un pobre hombre, podría restaurar la dignidad de la Iglesia universal?

Acudió Francisco al papa Inocencio III, también conocido como el «Imperator Universi», uno de los papas con más poder en toda la Historia. Y el Papa no lo tomó en serio. Pero su sucesor, Honorio III, soñó con un hombrecillo que sostenía la Basílica de Letrán para que no se desmoronase. Y llamó de nuevo a Francisco, y le dio su bendición para que viviera según la pobreza evangélica.

Y la Iglesia cambió y se regeneró, iniciando el ascenso que la llevaría a las cumbres de Trento. Porque un solo hombre santo puede más que todos los poderosos de este mundo.

Es semejante a un grano de mostaza… ¿Quieres cambiar el mundo? Con la gracia de Dios, puedes. Hazte pequeño.

(TOI30M)

Cuando sólo ves tierra

Aquella mujer que languidecía en la sinagoga, encorvada, sin poderse enderezar de ningún modo, sólo veía el suelo. Sus ojos barrían el polvo de los caminos, los desechos que la gente arrojaba, los excrementos de los animales y el barro que se formaba los días de lluvia.

Pero no siempre había sido así. Cuando era niña, conoció la luz del sol, las formas juguetonas de las nubes, las cimas desafiantes de los montes y las preciosas copas de los árboles. El recuerdo de aquello era la única lámpara que iluminaba su alma. Por eso, cuando Jesús le impuso las manos y la sanó, inmediatamente se puso derecha. Y glorificaba a Dios. Y así la tristeza se convirtió en gozo.

Pienso en tantos que viven sin fe, encorvados, con la mirada en tierra. Sólo viven para este mundo y para los falsos consuelos de la carne, no hay Dios ni cielo para ellos. Pero, a diferencia de esta mujer, no añoran la eternidad, porque nunca la conocieron. Y pienso que su única salvación es que aparezca, junto a ellos, alguien que vive de pie, y la alegría y el cariño de ese alguien, al sorprenderlos, los invite a alzar la vista.

(TOI30L)

Como a ti mismo: la escalera de la caridad

Me explicó un religioso agustino los cuatro grados de la caridad: Amar al prójimo como a uno mismo, amar al prójimo como a Cristo, amar al prójimo como Cristo lo ama, y amar al prójimo como se aman entre sí las tres Divinas Personas. Estos cuatro grados forman una escalera por la que debemos ir ascendiendo.

Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Jesús muestra el primer peldaño de la escalera. Si no lo conquistamos, no podremos alcanzar los otros tres. Pero ¿cómo amará al prójimo como a sí mismo quien no se ama a sí mismo?

Hay gente que no se quiere nada. A veces te das cuenta por cómo van vestidos (o desvestidos), o por cómo se maltratan concediéndose todos los caprichos. En otros casos, por la rabia con que hablan de sí mismos en el confesonario. No se acusan, se abroncan. Si viven a disgusto consigo mismos. ¿Cómo amarán a los demás?

Por eso creo que, en el suelo, antes del primer peldaño, se encuentra el amor de Dios. Conoce primero cómo Dios te ama, y aprende a amarte a ti mismo así. Después podrás amar al prójimo y emprender el ascenso por esa divina escalera.

(TOA30)

En lo alto de un monte

En lo alto de un monte ofreció Abrahán a su hijo en sacrificio. En lo alto de un monte recibió Moisés las Tablas. También en lo alto de un monte obtuvo Moisés la victoria frente a Amalec. En lo alto de un monte ofreció Cristo su sacrificio redentor.

Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles. En lo alto de un monte nombró Jesús apóstoles a los Doce. Allí nos llama también a nosotros, no te extrañe que el camino de la oración y la entrega se te haga «cuesta arriba». Tienes que dejar abajo a las criaturas y ascender, porque la cima de un monte, donde cielo y tierra se juntan, es el lugar del sacrificio y la oración, de la soledad con Dios.

Se paró en una llanura…  y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos. En la llanura eres curado, en lo alto del monte eres herido. Allí, junto a María, al pie de la Cruz, están los predilectos del Señor.

(2810)

Hasta que el cajón revienta

Hoy me dirigiré especialmente a los casados, aunque lo que escribiré sirve también para los demás. En ocasiones venís a confesaros de haber discutido con vuestro cónyuge y haber pronunciado palabras hirientes. Entonces el sacerdote os pregunta: «¿Le has pedido perdón a tu marido, o a tu mujer?». Y, muchas veces, la respuesta es «no», o «no hace falta, ya se nos ha pasado». Hmmm…

Mientras vas con tu adversario al magistrado, haz lo posible en el camino por llegar a un acuerdo con él. Muchas veces, el cónyuge es también adversario, y surge el enfrentamiento. Tras la discusión, estáis un tiempo (largo o corto) sin hablaros. Y, después, hacéis «como que no ha pasado nada», y pensáis que os habéis reconciliado. Pero no siempre es verdad, no os engañéis. Simplemente, habéis guardado el episodio en el fondo de un cajón, y un día lo encontraréis allí. Hacer «como que no ha pasado nada» cuando ha pasado es vivir una mentira.

Sé que cuesta. Pero, igual que vienes a pedir perdón a Dios, acércate humildemente a tu cónyuge y dile: «Perdóname, lo siento, no debí hablarte así». Así se curan las heridas. Llenando de agravios los cajones sólo se amontonan.

(TOI29V)

Iglesias y balnearios

Son muchos quienes se acercan al templo buscando paz. Nadie puede culparles por ello y, a buen seguro, el Señor los recibe con enorme cariño.

El problema viene cuando la paz se convierte en ídolo, y el templo se convierte en un balneario. Quieren paz, pero eso es todo lo que quieren y, si no lo encuentran, se disgustan y se irritan. Señora, controle a su niño, que hace ruido en misa y me quita la paz. Será posible, ya está otra vez el sacerdote hablando del pecado y poniéndome en evidencia, me quita la paz. Uy, allí no me pongo, no quiero dar la paz a ésa, que le sudan las manos…

Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. ¿Qué haces si, al entrar en el templo, el Señor te dice que no quiere darte paz, sino angustia? Angustia por los pecados, por el honor mancillado de Dios, por la tibieza de los creyentes y la frialdad de los ateos… ¿Serás capaz de compartir la angustia de Getsemaní, o pensarás que al Señor también le sudan las manos?

(TOI29J)

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