Así estaban Pedro y Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores. Hay todo un mundo tras esas palabras: Noches de pesca, mañanas de sueño, negocios con comerciantes, tardes de familia, celebraciones de sábado, visitas a la sinagoga, cansancios, enfermedades, ilusiones… En ese mundo habían nacido, en él vivían, y en él esperaban morir.
Hasta que, un día, Jesús irrumpió: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. La primera lección, por adelantado y antes de pagar la matrícula. Ellos mismos acababan de ser pescados. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Repentinamente, el horizonte de aquellos hermanos se rasgó, como se rasga el mar cuando a un pez lo sacan del agua. Y se vieron conducidos por un Amor maravilloso a espacios abiertos, inabarcables, como habitantes de la eternidad. Todo cuanto hasta entonces era importante –la pesca, el dinero, la familia– quedó atrás, y ya sólo les importaba Cristo. Nunca se habían sentido tan libres.
Confía en lo que te voy a decir: Sé que tu mundo es confortable y, en buena medida, manejable. Pero sólo conocerás la verdadera libertad cuando te hayas dejado pescar por Cristo. Esa primera lección te cambiará la vida.
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