La Resurrección del Señor

noviembre 2023 – Página 2 – Espiritualidad digital

Lo que conduce a la paz

Reza el salmo: Demasiado llevo viviendo con los que odian la paz. Cuando yo digo: «Paz», ellos dicen: «Guerra» (Sal 120, 6-7). Y llora Cristo: ¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos.

Llora porque viene a traer la paz, y los hombres no la quieren. No llora sobre paganos, sino sobre Jerusalén, la ciudad de Dios. Y llora también sobre nosotros, si no hemos querido conocer lo que conduce a la paz.

¿Qué es lo que conduce a la paz? Precisamente aquello que nos quita la paz. Lo que nos quita la paz que ofrece el mundo nos conduce a la paz que Cristo da.

¿Quieres algunos ejemplos? Piensa en todo aquello que dices que te quita la paz: soportar a quien te trata mal, perdonar a quien te ofende, dejarte interrumpir por la persona inoportuna, permitir que te cambien los planes, renunciar a tu forma de hacer las cosas para contentar al prójimo, amar a quien te odia… Es decir, la Cruz.

El mundo te dirá que la Cruz te quita la paz. Cristo te anuncia que la paz, la verdadera paz, está en la Cruz.

(TOI33J)

La alegría del generoso

Me dices que has perdido la ilusión, que ya no quieres vivir, que no encuentras sabor a la vida ni motivo para levantarte cada mañana de la cama. Y te responderé desde aquí lo que ya te dije al oído.

Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles: «Negociad mientras vuelvo». Si sabes darle la vuelta a esa falta de ilusión, la aprovecharás a favor. Porque, igual que aquellas minas que el rey entregó a sus siervos, la vida no se te ha dado para que la disfrutes, sino para que la entregues, para que alegres las vidas de quienes te rodean y así la tuya pueda dar fruto abundante.

¿Ya no te apetece vivir tu vida? Saldrás del túnel, un día dejarás de sentirte así. Pero, entre tanto, si no te apetece vivir tu vida, no la tires, que es muy valiosa. Si no quieres vivirla tú, deja que se la vivan los demás. Sé generoso.

¿Sabes? Cuando descubrimos que nuestra vida es útil a nuestros hermanos, nos damos cuenta de que vale la pena vivirla así, como un don. Y, de repente, Dios nos regala una extraña alegría. Debe ser eso la felicidad.

(TOI33X)

La que quiso amar como era amada

La fiesta de hoy tiene su origen en una escena del protoevangelio de Santiago, un evangelio apócrifo del siglo II muy querido por la Iglesia. Allí se cuenta que María, con tres años de edad, subió las gradas del templo de Jerusalén y se consagró a Dios.

¿Es histórico el relato? No necesariamente. Pero nos ayuda a entender las palabras de la Virgen al arcángel cuando supo que iba a ser la madre del Mesías: ¿Cómo será esto, pues no conozco varón? (Lc 1, 34). Ya sabéis que, en la Escritura, el «conocimiento» entre el varón y la mujer va referido a la relación carnal. Y que, según eso, la Virgen estaba manifestando un propósito, un voto de virginidad insólito en el Israel de aquellos tiempos, porque la virginidad, asociada a la esterilidad, se consideraba maldición para la mujer.

Y aquí es donde viene en nuestra ayuda el protoevangelio de Santiago. Esa escena, sea histórica o no, nos dice que María experimentó, desde muy niña, el Amor de Dios como un amor esponsal y celoso, y decidió entregarse a Él en cuerpo y alma. Así aprendemos que sólo amaremos a Dios perdidamente si conocemos primero cómo nos ha amado Él.

(2111)

Un ciego muy envidiable

Hay videntes que no ven nada, y hay ciegos que ven muchísimo. Bartimeo veía más que todos los fariseos juntos. La prueba está en las palabras que le dedica Jesús:

Recobra la vista, tu fe te ha salvado.

Más luz recibía Bartimeo de aquella fe que la que después recibió del sol. Porque, aunque sus ojos estaban sellados, él veía que Jesús podía curarlo; es decir, que era Dios. Veía claramente que no debía callar en sus gritos, aunque los hombres se lo pidieran, porque es mucho mejor relacionarse con Dios que obedecer a las criaturas. Veía que tenía que darle pena a Cristo y despertar su compasión.

Por tanto, aunque la ceguera física no es una cualidad envidiable, este hombre debería despertar en nosotros, por su fe, una «santa envidia». Porque muchas veces nosotros, que llevamos gafas para corregir la miopía, no vemos lo que tenemos delante de nuestras narices: a Cristo, a la Virgen, a nuestro ángel, y esa mano providentísima de Dios que todo lo ordena para nuestro bien.

No sabemos qué fue de Bartimeo después de aquello. Pero deseo su suerte para mí: llegar a ver con mis ojos a quien ahora veo por la fe.

(TOI33L)

Una parábola para empleados

La parábola de los talentos es una parábola «para empleados». En la propia parábola se llaman «siervos», pero está claro que estaban sometidos a la legislación laboral: el jefe te da las herramientas, tú trabajas duro y, si cumples objetivos, después cobras lo acordado más la prima correspondiente. Es la parábola perfecta, por ejemplo, para aquel joven rico que preguntaba qué tenía que hacer para heredar vida eterna.

Pero si no te conformas con ser un «empleado» del Señor, si no te basta con tratarlo como a un jefe, y decides adquirir intimidad con Cristo (esa intimidad que asustó tanto al joven rico), llega un momento en que Dios te trata como a un hijo. Y, entonces, la parábola da un quiebro inesperado.

Porque en cuanto, unido a Cristo, miras al Padre y dices «Abbá», Dios te dice: Entra en el gozo de tu Señor. Y el Espíritu llena el alma de una alegría inefable que no has merecido ni ganado. Cristo trabajó por ti, y tú recibes el fruto de su entrega. Y te llenas de gratitud, comprendes que has cobrado por adelantado, y ahora quieres darle a Dios la vida entera, clavado con Cristo en la misma Cruz.

(TOA33)

Jesús y yo hablando del tiempo

Cuando Jesús y yo hablamos del tiempo, siempre reñimos. Y no me refiero al tiempo meteorológico, sino al tiempo, tal cual: minutos, horas, días, años… Hoy, por ejemplo, ya la tenemos montada. Porque el Señor, hablando de su segunda venida, dice a los apóstoles: Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Y yo leo esto y me pongo farruco: «¿Sin tardar? ¿En serio? Hace dos mil años que te fuiste, y aún te estamos esperando. ¿A eso le llamas Tú “sin tardar”?»

Ya se ve que Jesús y yo tenemos una concepción distinta del tiempo. A mí, como a aquellas diez vírgenes de la parábola, siempre me parece que llega tarde. Y Él, tan tranquilo. Pero, claro, Él es Señor del tiempo y yo estoy atrapado en el tiempo. Tenemos perspectivas distintas.

Al final, siempre me rindo. Con toda seguridad, Jesús vendrá a su hora, y será pronto, aunque a mí se me haga larguísimo. Pero, cuando eso suceda, cuando Cristo haya vuelto y todo lo miremos, al fin, desde el cielo, entonces nos daremos cuenta de que no ha tardado.

(TOP32S)

¿Dónde, Señor?

hijo del hombreA lo largo de la Historia, nunca han faltado profetillas de medio pelo que han vaticinado el fin del mundo a fecha fija. Desde Montano y Savonarola, hasta el día de hoy. Obviamente, todos ellos han fallado porque, de otra forma, ni yo me habría tomado el café esta mañana, ni vosotros estaríais leyendo estas líneas. La costumbre no se ha perdido; también hoy tenemos voceadores de la gran catástrofe que parecen no haber aprendido la lección.

Lo que me hace gracia es que, en el evangelio de hoy, tras anunciar Jesús los signos que precederán a su segunda venida, los apóstoles no preguntan «¿cuándo?», sino ¿dónde, Señor?  La respuesta de Jesús es de lo más críptica: Donde está el cadáver, allí se reunirán los buitres.

Me gusta la traducción que hace el P. Brukberger de estas palabras en su «Historia de Jesucristo». Cambia «cadáver» por «cuerpo» y «buitres» por «águilas». Y el resultado es asombroso: vemos a la Iglesia agrupada en torno a la Eucaristía como las águilas en torno a la presa. Y, entonces, la respuesta al «¿dónde?» es: en el altar. Si, cuando vuelva, el Señor nos encuentra reunidos en torno al altar, seremos llevados con Él.

(TOI32V)

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