Cur non ego?

En la novela «Los grandes cementerios bajo la luna» narra George Bernanos el famoso «Sermón de un ateo». En aquel sermón, que el pueblo permitía predicar al ateo en la fiesta de santa Teresa de Lisieux, acusaba el «predicador» a los católicos de hacer con los santos lo mismo que los soldados, en la guerra, hacían con sus capitanes. Cuando, desde la trinchera, el capitán daba la orden de salir al asalto, el capitán saltaba al campo de batalla mientras los soldados se quedaban en la trinchera aplaudiéndole y gritando: «¡Bravissimo, bravissimo!».

«Si isti, cur non ego?» («Si estos pudieron, ¿por qué yo no?»), se dijo san Agustín al leer las vidas de los santos. Se dio cuenta de que eran hombres hechos del mismo barro que él, y de que no fueron sus talentos excepcionales los que los hicieron santos, sino su «sí» rendido a la gracia. Ese «sí» abrió las puertas a Dios para que obrase maravillas en ellos.

Quizá ni tú ni yo poseemos talentos excepcionales. Pero podemos, como ellos, decir «sí» a lo que Dios nos pide. Y ese «sí», reiterado cada mañana, repetido tras cada caída, hará posible que seamos los santos que Dios quiere.

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