La Resurrección del Señor

14 octubre, 2023 – Espiritualidad digital

Los grandes vividores

Mirada desde lejos, la fe cristiana, para muchos, consiste en que todo lo que te gusta, o engorda, o es pecado. La mitad de las cosas que les gustan engorda, y bastante fastidiados andan ya con sus dietas. Entonces piensan que, si se hacen cristianos, tendrán que privarse también de la otra mitad, la que es pecado, para poder después ir al cielo…

Peor es que muchos cristianos también parezcan creerlo. Ven la misa como un deber penoso. Abúrrase cuarenta minutos a la semana, y después san Pedro le abrirá las puertas del Paraíso. Buscan siempre la misa más corta para que el trago sea más llevadero. Pobrecillos. Desde luego, no se les ocurriría ir a misa si no es día «de precepto», salvo los obligados funerales. Menudo disgusto se llevarán cuando descubran que el cielo es una misa interminable.

El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. La misa es el gran banquete, aperitivo del banquete celeste, y los cristianos somos grandes vividores, comedores y bebedores de manjares selectos. Y hasta que no disfrutemos de la Eucaristía como del mayor de los gozos, no estaremos preparados para disfrutar del cielo.

(TOA28)

Lo que sólo el alma puede gozar

Envanecerse ante los halagos es propio de necios. Lo mejor es aprovechar los halagos para dar gloria a Dios. Jesús aprovechó la alabanza de una buena mujer para impartir una preciosa catequesis:

– Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron. – Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

Como de costumbre, el Señor tiene razón. La bienaventuranza, esa felicidad inefable de los santos, no es algo que suceda en el vientre ni en el pecho, sino en lo más profundo del alma. Llevar a Dios en el seno es un privilegio admirable, como lo es el comulgar todos los días y ver al pobre cuerpo convertido en sagrario. Pero la Virgen no es bienaventurada por haber llevado en el seno a Dios, como tampoco lo somos nosotros por el mero hecho de deglutir la sagrada Forma. Ella es bienaventurada poque escuchó en su corazón al Verbo que llevaba en sus entrañas y permitió que se apoderase total y amorosamente de su vida.

Cuando, al comulgar, abrimos el alma, escuchamos y nos dejamos invadir, convertimos la deglución en comunión, y se llena el alma con el gozo de los santos. Bienaventurados, entonces, nosotros.

(TOI27S)

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