Lo que sólo el alma puede gozar

Envanecerse ante los halagos es propio de necios. Lo mejor es aprovechar los halagos para dar gloria a Dios. Jesús aprovechó la alabanza de una buena mujer para impartir una preciosa catequesis:

– Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron. – Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

Como de costumbre, el Señor tiene razón. La bienaventuranza, esa felicidad inefable de los santos, no es algo que suceda en el vientre ni en el pecho, sino en lo más profundo del alma. Llevar a Dios en el seno es un privilegio admirable, como lo es el comulgar todos los días y ver al pobre cuerpo convertido en sagrario. Pero la Virgen no es bienaventurada por haber llevado en el seno a Dios, como tampoco lo somos nosotros por el mero hecho de deglutir la sagrada Forma. Ella es bienaventurada poque escuchó en su corazón al Verbo que llevaba en sus entrañas y permitió que se apoderase total y amorosamente de su vida.

Cuando, al comulgar, abrimos el alma, escuchamos y nos dejamos invadir, convertimos la deglución en comunión, y se llena el alma con el gozo de los santos. Bienaventurados, entonces, nosotros.

(TOI27S)