La Resurrección del Señor

31 octubre, 2023 – Espiritualidad digital

Cur non ego?

En la novela «Los grandes cementerios bajo la luna» narra George Bernanos el famoso «Sermón de un ateo». En aquel sermón, que el pueblo permitía predicar al ateo en la fiesta de santa Teresa de Lisieux, acusaba el «predicador» a los católicos de hacer con los santos lo mismo que los soldados, en la guerra, hacían con sus capitanes. Cuando, desde la trinchera, el capitán daba la orden de salir al asalto, el capitán saltaba al campo de batalla mientras los soldados se quedaban en la trinchera aplaudiéndole y gritando: «¡Bravissimo, bravissimo!».

«Si isti, cur non ego?» («Si estos pudieron, ¿por qué yo no?»), se dijo san Agustín al leer las vidas de los santos. Se dio cuenta de que eran hombres hechos del mismo barro que él, y de que no fueron sus talentos excepcionales los que los hicieron santos, sino su «sí» rendido a la gracia. Ese «sí» abrió las puertas a Dios para que obrase maravillas en ellos.

Quizá ni tú ni yo poseemos talentos excepcionales. Pero podemos, como ellos, decir «sí» a lo que Dios nos pide. Y ese «sí», reiterado cada mañana, repetido tras cada caída, hará posible que seamos los santos que Dios quiere.

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Hazte pequeño

Cuando a Francisco de Asís le dijo Jesús: «Francisco, repara mi iglesia, que se desmorona», él pensó que se refería a aquel templo derruido de san Damián. Lo reparó, y después el de Nuestra Señora de Los Ángeles. Pero Jesús le hizo ver que no se refería a un templo, sino a la Iglesia de piedras vivas, herida por los pecados de los hombres. Francisco se desmoronó. ¿Cómo él, un pobre hombre, podría restaurar la dignidad de la Iglesia universal?

Acudió Francisco al papa Inocencio III, también conocido como el «Imperator Universi», uno de los papas con más poder en toda la Historia. Y el Papa no lo tomó en serio. Pero su sucesor, Honorio III, soñó con un hombrecillo que sostenía la Basílica de Letrán para que no se desmoronase. Y llamó de nuevo a Francisco, y le dio su bendición para que viviera según la pobreza evangélica.

Y la Iglesia cambió y se regeneró, iniciando el ascenso que la llevaría a las cumbres de Trento. Porque un solo hombre santo puede más que todos los poderosos de este mundo.

Es semejante a un grano de mostaza… ¿Quieres cambiar el mundo? Con la gracia de Dios, puedes. Hazte pequeño.

(TOI30M)

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