Iglesias y balnearios

Son muchos quienes se acercan al templo buscando paz. Nadie puede culparles por ello y, a buen seguro, el Señor los recibe con enorme cariño.

El problema viene cuando la paz se convierte en ídolo, y el templo se convierte en un balneario. Quieren paz, pero eso es todo lo que quieren y, si no lo encuentran, se disgustan y se irritan. Señora, controle a su niño, que hace ruido en misa y me quita la paz. Será posible, ya está otra vez el sacerdote hablando del pecado y poniéndome en evidencia, me quita la paz. Uy, allí no me pongo, no quiero dar la paz a ésa, que le sudan las manos…

Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. ¿Qué haces si, al entrar en el templo, el Señor te dice que no quiere darte paz, sino angustia? Angustia por los pecados, por el honor mancillado de Dios, por la tibieza de los creyentes y la frialdad de los ateos… ¿Serás capaz de compartir la angustia de Getsemaní, o pensarás que al Señor también le sudan las manos?

(TOI29J)