El asombro a la espera de respuesta

Cuando un necio se encuentra ante una puesta de sol, se da la vuelta, se suena las narices y se come un bocadillo sin prestar atención a la maravilla que tiene a su lado. Herodes era un necio. Tuvo en sus labios la pregunta más sobrecogedora que podría hacerse un mortal, y la dejó pasar como si nada:

¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?

Esa pregunta es como abrir la puerta a un abismo. Debería quedar abierta durante toda la vida de un hombre, con la prohibición de que ninguna respuesta mezquina se acerque a cerrarla.

Celebro la Misa. Consagro el pan. ¿Quién es éste que se ha puesto en mis manos con semejante humildad? ¿Quién es éste que me ha pedido que cuide de Él? Comulgo. ¿Quién es éste que se deja devorar por mí? ¿Quién es éste que, dejando hambriento el cuerpo, llena mi alma de luz y de dulzura?

Miro al crucifijo. ¿Quién es éste, que puebla todos los crucifijos del Orbe? ¿Éste, que se muestra ultrajado y majestuoso a la vez? ¿Éste, cuyo nombre se lleva proclamando durante dos mil años?

No quiero respuestas hasta el cielo. Para la tierra, me basta la pregunta.

(TOI25J)