Bendita obligación

Me dice una persona: «Padre, yo no amo a Dios. Vengo a misa “obligado”, porque sé que debo venir, pero nunca me apetece, vengo a rastras». Y yo le respondo que bendita obligación, que a mí eso me parece amor, porque está uniendo, a la oración, el sacrificio. Me asustan, sin embargo, quienes confunden el amor con los efluvios sentimentales y las cataratas de lágrimas en la oración. En ocasiones, veo cierta sensualidad en esa piedad.

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente… Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Esos mandamientos no se cumplen por el mero hecho de decir «te amo», aunque se diga con lágrimas y levitando diez centímetros sobre el suelo. Amar es entregar la vida. Cuando se ama de verdad, uno siente que no se pertenece a sí mismo, que ha sido «expropiado» y ha perdido el control sobre sus horas. Quien se me quejaba de venir a misa «obligado» se estaba entregando realmente.

Ese amor es incluso mensurable: ¿Cuánto tiempo del día dedico a hacer la voluntad de Dios? Hasta que pueda responder: «todo», me seguiré obligando a esa entrega. Repito: bendita obligación.

(TOI30V)