Benditas indiscreciones
El discurso de despedida de Jesús en el Cenáculo es una bendita indiscreción. Son conversaciones íntimas que san Juan quiso airear a los cuatro vientos, porque aquellos tesoros no podían permanecer en secreto.
– Señor, muéstranos al Padre y nos basta. –Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»?
Qué bien entendemos ahora lo que dijo Jesús: Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea (Mt 10, 27).
Los apóstoles son aquellos que escucharon al oído las confidencias de Jesús y las gritaron desde la azotea hasta morir por ellas. Y es que, cuando se trata de Cristo, no basta con recibir sus confidencias; es preciso vocearlas para que lleguen a todos.
Muy egoístas seríamos si recibiéramos palabras de Amor venidas del cielo y no ilumináramos con ellas la tierra. Es verdad que algunas de ellas son privadas, tampoco conocemos muchos secretos que Jesús dijo al oído. Pero, en su mayoría, esas palabras son antorchas que el Señor nos entrega para que iluminemos a quienes caminan en tinieblas.
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