Santo Tomás de Aquino era muy listo y muy gordo. Nadie escribió, ni ha escrito después de él, con esa clarividencia a la hora de desentrañar los misterios de la Fe. Pero, al final de su vida, tuvo un momento de luz que le derritió el corazón. Entonces compuso los himnos a la Eucaristía que todos conocemos: el «Pangue Lingua», el «Ave Verum»… Y, en ellos, es incapaz de separar la carne eucarística de Cristo de la carne virginal de su madre. «Ave, verum corpus natum de Maria Virgine», «Fructus ventris generosi»…
Si el primer Adán fue formado de barro de la tierra y animado con el soplo del Espíritu, el segundo Adán fue engendrado cuando ese mismo Espíritu descendió a la carne de la Virgen. Al no concurrir semilla de hombre alguno, todos los rasgos genéticos de Jesús de Nazaret eran los mismos de su madre. El rostro de Cristo es muy similar al de María.
Miradlo en la sagrada Hostia; allí está el cuerpo nacido de María. Cuando comulgamos ese cuerpo y nos unimos a Él, nos encontramos tendidos en el pesebre, arropados y protegidos por la madre de Dios.
Hoy es un gran día para decir: «Mamá».
(0101)