Aunque, tanto en Adviento como en Cuaresma, la liturgia se vista de morado, ambos tiempos litúrgicos son muy distintos. La Cuaresma es un camino de tinieblas que culmina en la noche cerrada del Calvario para después recibir la luz, como un estallido, en la noche de Pascua. El Adviento, sin embargo, es como el amanecer: una luz que primero se presiente, después se va tornando claridad, y finalmente lo llena todo con la salida del Sol.
Hoy es domingo «gaudete», «alegraos». La luz presentida ya es claridad, y el horizonte va mostrando los primeros colores de la aurora. Nuestro profeta del Adviento, Juan, nos lo anuncia lleno de gozo: Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
Sé que tienes cientos de problemas, y multitud de motivos para estar triste. Pero no dejes que esas tinieblas cautiven tus ojos. ¡Levanta la vista, mira la luz que viene! ¿Has puesto ya el Belén en casa? Míralo y alégrate, que viene Cristo a iluminar tu vida. Clava en Él tus ojos, y conviértete, como Juan, en un Belén viviente.
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