«Cuando te cures, iremos juntos a cenar a ese restaurante que tanto nos gusta». Se lo decían tres hermanos a su padre, gravemente enfermo en la habitación de un hospital. No sé si cumplieron su promesa. Sé que el padre se curó. Y sé también que el banquete no significa sólo comida; significa también triunfo. ¿Os acordáis de Astérix? La última viñeta de aquellos cómics era siempre un banquete.
En aquel día, preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos (Is 25, 6). Con no menos ilusión que aquella familia debemos nosotros esperar el banquete final, la última viñeta de esta aventura divina del combate por la santidad. El propio Dios nos promete que, cuando nos curemos, lo festejaremos con un banquete eterno, cuya alegría no tendrá fin.
Tomó los siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente. Tan bueno es Dios que, para que no desfallezcamos, cada día nos da a pregustar el aperitivo del banquete final. En cada misa saboreamos ya las mieles de la victoria prometida. Así da gusto luchar.
(TA01X)