Conversaba hace pocos días con un amigo que se declara ateo. «Sugestión, sugestión, sugestión. Estáis sugestionados con una historia bonita, y os la creéis». Desde luego, la historia es bonita. Que Dios, para salvar al hombre, se haya encarnado en un niño y camine con nosotros es la historia más hermosa que cabe imaginar. Pero la Navidad no brilla porque es hermosa, sino porque es cierta. Sé que nos cuesta creerlo, es todo demasiado bonito para ser verdad. Pregunté a mi amigo: «¿Crees que alguien se dejaría matar por mantener una sugestión, una paranoia?». Y no debió pensar mucho la respuesta, porque sonó como un escopetazo: «¡No! Con un cuchillo al cuello se te pasan todas las paranoias».
El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán. La verdad del anuncio navideño está sellada con sangre. Cientos de miles de personas, durante dos mil años, se han dejado matar para confesar que ese Amor manifestado en Belén y consumado en el Gólgota no sólo es bonito, sino que es cierto.
Mira el Belén. No te está contando un cuento, te está anunciando la verdad. Cree, y alégrate.
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