Entra el Adviento en su segunda etapa. Y cambiamos las promesas consoladoras de Isaías por la aspereza y los rigores del Bautista. Él es el segundo profeta del Adviento.
Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan. Juan fue un hombre violento que proclamó la violencia. No la violencia contra el prójimo, sino otra violencia más difícil y que requiere más temple: la violencia contra uno mismo. Él sabe que, sin sacrificio, no se alcanza el reino de Dios. Porque el reino de Dios es como una fuente situada en lo alto de un monte. La fuente es puro don, pura gracia, pero no beberás de ella si primero no realizas la ascensión. No hay mística sin ascética, no hay Navidad sin Adviento, y no hay Adviento sin Juan.
Es buen momento éste, mediado ya el Adviento, para que te preguntes si estás obedeciendo a Juan: ¿Estás procurando vivir con sobriedad, estás practicando la templanza? Ya sé que te han invitado a una comida de empresa y a tres cenas de amigos, pero, aunque asistas… ¿no sabes controlarte, y guardar en la mesa la presencia de Dios?
(TA02J)