De no ser por este texto, no sabríamos que habían llamado borracho a Jesús, ni que habían acusado a Juan de tener un demonio. Jesús, ciertamente, comía y bebía, pero no era un borracho, porque todo lo hacía con templanza. Y, en cuanto a Juan, todos los demonios estaban agrupados en las mismas personas que lo acusaban.
Vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: «Tiene un demonio». Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores».
En todo caso, ni a Juan ni a Cristo los desacreditaron porque les pareciera mejor o peor la comida o la bebida, sino porque no soportaban que nadie les dijera lo que tenían que hacer. Y es que, en este planeta de Dios, todo el mundo hace lo que le da la gana. Ésa es una máxima comprobada científicamente. Apenas encontrarás quien esté realmente dispuesto a obedecer.
Porque no se trata de comer ni de beber, sino, precisamente, de obedecer, de bailar al son que Dios toca. Ayunamos los viernes, procuramos ser austeros en Adviento, y comeremos y beberemos en Navidad. Y todo dando gloria a Dios, obedeciendo.
(TA01V)