Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

mayo 2025 – Espiritualidad digital

El camino a casa

Decía Antoine de Saint-Exupery que de nada sirve dejar a una persona en el desierto si no le anuncias una fuente y le señalas el camino. Sólo así la persona se orienta y sabe a dónde dirigir sus pasos.

Mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. El hombre está sobre la tierra desorientado, no sabe qué hace aquí, consume sus días huyendo de la muerte y la muerte al final lo atrapa y lo devora. Pero desde que Cristo resucitado ascendió al cielo, el hombre sabe que tiene un hogar y conoce el camino. A donde yo voy, ya sabéis el camino. Yo soy el camino (Jn 14, 4.6).

Ese día supimos que somos peregrinos; que nuestro hogar no está aquí; que esta vida es, debe ser, camino hacia el cielo; y que ese camino está señalado por las huellas de Cristo.

El cielo no es un parque temático donde uno se reencuentra con su abuelito y deja de envejecer por arte de magia. El cielo es nuestro hogar, el cielo es el Amor, el cielo es Cristo. Es el descanso en Él, el abrazo que escapó del tiempo, el gozo que no acaba.

(ASCC)

La doble visitación

Segundo misterio: la Visitación de María a su prima Isabel. 31 de mayo: La Visitación de la bienaventurada Virgen María.

Olvidamos algo. La visita es doble, a Isabel se le llenó la casa.

Se llenó Isabel del Espíritu Santo. ¿Acaso esa visita es menos importante? El gran Visitador, el Espíritu, primero había visitado a María y había depositado en sus entrañas al Verbo divino. Y ahora visita el alma y el vientre de Isabel. El alma la llena de gozo, y en el vientre hace bailar por soleares al pequeño Juan. ¿Lo libró entonces del pecado original? Algunos lo dicen. Yo no lo sé.

¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Esas palabras no se explican si no es por una inspiración del Paráclito. Está llamando «Señor» al Hijo de María; se está adelantando al concilio de Éfeso y proclamando a la Virgen madre de Dios.

Visitación, sí. ¡Pero menuda visitación! Abre las puertas del alma. Echa de casa, con una buena confesión, a todos esos mercaderes que son tus pecados, y que te visiten la Virgen y el Paráclito. Verás qué alegría.

(3105)

Dolores y alegría de un parto cósmico

Dice san Pablo que la creación está gimiendo y sufre dolores de parto (Rom 8, 22). Es un parto cósmico, el parto de todos los partos. Un parto doloroso, pero bien llevado, porque el niño nace de Cabeza. Y, como es de bien nacidos ser agradecidos, junto al dolor se hace presente la eterna gratitud de la criatura.

La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. El alumbramiento comienza en los dolores de la Cruz, repartidos y esparcidos por la Historia entera, y se manifiesta en la Ascensión, cuando, de modo visible, nuestra Cabeza, Cristo, salió de las tinieblas de este mundo para amanecer a la luz celeste. Tras la cabeza, amaneció el cuello, la Virgen, asunta en cuerpo y alma a los cielos. Y, tras el cuello, vamos naciendo los cristianos, cogiditos al Señor como cogía Jacob el talón de Esaú.

Apréndelo bien y no lo olvides. Porque no te ha prometido Cristo que te irá bien en esta vida. Te ha prometido que nacerás al cielo.

(TP06V)

Los gozos y las lágrimas

Comienza hoy el decenario al Espíritu Santo. Y en la secuencia se invoca al Defensor como «gozo que enjuga las lágrimas».

¿Qué lágrimas? Desde luego, las de nuestras tristezas, que serán consoladas por ese Amor de Dios. Pero hay unas lágrimas, unas muy especiales, que el Espíritu Santo, al posarse en el alma, convertirá en lágrimas de gozo.

Dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver… Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. Antes se celebraba en este jueves la Ascensión del Señor. Y esa ascensión es la causa de nuestra tristeza. ¡Quién, si está realmente enamorado, no llorará cuando el rostro del ser amado se esconde! ¿No os duele no poder ver a Jesús? Si yo pudiera ver ese rostro, si lo pudiera en todo tiempo contemplar resucitado, como por un instante lo contempló la Magdalena, no habría tristeza que no se me volviese dulce.

No serán mis ojos los que vean a Jesús en esta vida, pero el Paráclito traerá a mi alma la noticia de su belleza. Lo veré, entonces, por la fe, y, como le sucedió a la Magdalena, mi tristeza se convertirá en alegría.

(TP06J)

Como un aire del cielo que entra en el alma

Hoy no sé cómo explicarme. Sé lo que quiero decir, pero no sé decirlo. Y no me culpéis, que al propio Hijo de Dios encarnado le sucedió lo mismo antes que a mí: Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Ni ellos podían cargar con ellas, ni podía la lengua humana del Verbo transmitirlas. Porque son más que verdades inefables: son la misma Verdad.

Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. La verdad plena es la entraña del corazón de Cristo. Tal es la intimidad que el Espíritu crea entre el cristiano y el Hijo de Dios. Es un aire del cielo que entra en el alma.

Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Ya había dicho Jesús que nos amaba como el Padre mismo lo amó. Y hoy añade: Todo lo que tiene el Padre es mío. Lo que el Espíritu nos anuncia es, precisamente, ese Amor entre Padre e Hijo. Y, al hacerlo, además de llenar de dulce consuelo el alma, la Trinidad misma nos abraza y nos acoge en su seno.

No os fieis de mis palabras. Gustadlo.

(TP06X)

La física y la mística

Dicen que a Isaac Newton le cayó encima una manzana. Y descubrió la ley de la gravedad. La física es muy interesante, nos ayuda a explicarnos muchas cosas y a crear otras, pero la física es pesada y torpe. Seguro que a Newton le dolió el manzanazo. Por culpa de la física, si estoy aquí no puedo estar allí, y si un tipo corpulento como un armario se planta en la puerta no puedo entrar. Por culpa de la física, muchos que quisieron ver y tocar a Jesús no pudieron. ¿Cómo sortear a los miles de personas que lo rodeaban?

Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Duele, y mucho, la ausencia del cuerpo físico de Jesús. Pero si Cristo se hubiese quedado aquí como vivió 33 años, con su cuerpo físico, ni tú ni yo lo hubiésemos podido ver, salvo por televisión.

Nos convenía que esa presencia física diera lugar a otra, la del Espíritu, por la que Jesús no está frente a nosotros, sino en nosotros. Así es todo tuyo y todo mío. Así no sólo nos predica; nos santifica.

(TP07M)

El beso de Dios

¡Cómo pasa el tiempo! Hace nada estábamos a las puertas del templo prendiendo nuestras candelas para la vigilia pascual y, como quien no quiere la cosa, ya se escucha el soplo del viento, del Espíritu que nos visitará en Pentecostés.

Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Dentro de tres días, el próximo jueves, comenzaremos el decenario que nos preparará a su llegada.

Te aconsejo que reces el decenario, porque te ayudará a hacer hambre. Una bofetada de viento en la ventana no te aprovecha. Pero, si las ventanas están abiertas y el aire fresco entra en la casa, ese aire barrerá las impurezas del lugar cerrado, refrescará el ambiente y respirarás Dios a pleno pulmón. De eso se trata: de abrir puertas y ventanas. Y sólo el hambre las abre.

El testimonio de Cristo que da el Espíritu es testimonio sin palabras. Las palabras, como las que ahora estás leyendo, imprimen en tu alma una noticia. Pero el Espíritu imprimirá en lo más profundo de ti una noticia que ninguna palabra puede transportar: el Amor de Cristo. Es el beso de Dios.

(TP06L)

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