Me cuesta entender a los cristianos que, pudiendo hacerlo, no comulgan a diario. Yo le pido a Dios que no pase un solo día sin comulgar, necesito desesperadamente ese alimento. Sé que quienes no sienten esa hambre es porque lo han probado poco. Pero a quienes he dicho: «Prueba a comulgar diariamente durante dos semanas, y verás que no puedes ya pasar sin ello» me han dado la razón. Cuando no se prueba, no apetece. Cuando se prueba, ese alimento se vuelve más necesario que respirar.
Señor, danos siempre de este pan. Es la traslación, en lenguaje sencillo, del «danos hoy nuestro pan de cada día» del Padrenuestro. La comunión no se compra, no se fabrica, no se obtiene con esfuerzo. Se mendiga al cielo como suplica un pobre que morirá de hambre si no es escuchado.
Cuidad mucho en estos días la comunión diaria. Es el escenario natural del encuentro con Cristo resucitado en esta vida. Allí, en ese encuentro, nos dice Cristo: Yo soy el pan de vida, como dijo a Moisés «Yo soy» desde la zarza. O como dijo a los apóstoles «soy yo» en el cenáculo. Entonces entiendes que, hasta que no comulgaste, tú no eras.
(TP03M)