El camino a casa
Decía Antoine de Saint-Exupery que de nada sirve dejar a una persona en el desierto si no le anuncias una fuente y le señalas el camino. Sólo así la persona se orienta y sabe a dónde dirigir sus pasos.
Mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. El hombre está sobre la tierra desorientado, no sabe qué hace aquí, consume sus días huyendo de la muerte y la muerte al final lo atrapa y lo devora. Pero desde que Cristo resucitado ascendió al cielo, el hombre sabe que tiene un hogar y conoce el camino. A donde yo voy, ya sabéis el camino. Yo soy el camino (Jn 14, 4.6).
Ese día supimos que somos peregrinos; que nuestro hogar no está aquí; que esta vida es, debe ser, camino hacia el cielo; y que ese camino está señalado por las huellas de Cristo.
El cielo no es un parque temático donde uno se reencuentra con su abuelito y deja de envejecer por arte de magia. El cielo es nuestro hogar, el cielo es el Amor, el cielo es Cristo. Es el descanso en Él, el abrazo que escapó del tiempo, el gozo que no acaba.
(ASCC)