Tenemos miedo. Más que el que han tenido las generaciones anteriores a nosotros. Quizá el precio de poseer más riquezas sea el de tener más miedo a perderlas. Muchos, si salen de casa sin el teléfono móvil, se sienten desprotegidos y vuelven sobre sus pasos para recuperarlo. Tenemos mucho miedo.
No sólo nosotros. Cristo topó también con la falsa sensatez que camufla de prudencia los miedos del mundo.
«Maestro, te seguiré adonde vayas». «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre». «Tú, sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos».
Hijo, termina la carrera y después irás al seminario. Hija, sal antes con chicos y, si no encuentras novio, ya irás al convento. Si das tanta limosna pasaremos necesidad…
Todo se vuelve lastre a la hora de seguir a Cristo. Pero el verdadero lastre es esa falsa prudencia, la sensatez del mundo. Para seguir a Jesús es preciso pasar por insensato ante el mundo, haber perdido la cabeza y haberse enamorado loca y apasionadamente.
Sólo cuando los jóvenes estén dispuestos a hacer locuras por Cristo repuntarán las vocaciones.
(TOI13L)