Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

junio 2025 – Página 2 – Espiritualidad digital

Fulano, Mengano, Zutano, Perengano…

Tenemos los ojos saltarines. Nos hacen chiribitas. No paramos de mirarlo todo. Fíjate en Fulano, cómo va vestido. ¿Te das cuenta de lo que hace Mengano? ¿Ves cómo se está portando Zutano? Mira a Perengano, no hay quien lo aguante. Por eso hay tantos con «vista cansada». No me extraña, cualquiera no se cansa de mover tanto los ojos con la viga puesta.

¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? La culpa no es de Fulano, ni de Mengano, ni de Zutano ni de Perengano, ni del butano. La culpa es tuya, por andar mirando donde no debes. Eres un contador de motas. Da descanso a tus ojos, y un respiro a tus hermanos.

Un consejo para tu salud ocular: Dedica los primeros minutos del día a la oración. Clava la mirada en Cristo, descansa tus ojos en Él. Y después procura no apartarlos de Él durante todo el día. Así, en lugar de juzgar, rezarás por Fulano, por Mengano, por Perengano, y por ti. Quizá entonces caiga la viga de tu ojo, y veas a Dios con las claridades del Espíritu.

(TOI12L)

Gratis, aunque no lo crean

La mañana de mi día libre la paso en el supermercado. Uno de esos que ofrecen 3×2, o segunda unidad al 50%, o un cheque ahorro que engorda con las compras. Me dejo engañar, me divierte, aunque sé que tiene truco, porque en este mundo nadie te regala nada.

No es verdad.

Lo más valioso de este mundo lo regala Dios.

Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.

En cada misa, Dios regala el cuerpo de su Hijo como alimento, y con Él regala vida eterna. No nos cuesta nada, aunque a Cristo le costó muerte de Cruz. Nadie te cobra entrada, ni te obliga a dar limosna en el cestillo, ni te impone una suscripción «tarifa plana». La iglesia está abierta. Entras, rezas, amas y comulgas. Si no estás preparado, el sacerdote te confiesa, también gratis. Y sales inmensamente rico, endiosado, feliz.

¡Dios mío! ¿Cómo es posible que haya más gente en el supermercado que en el templo durante la Misa? ¡Si los hombres supieran! ¡Si lo creyeran! Pero no lo creen. La noticia es demasiado buena. Se dejan engañar por el supermercado, y no se dejan bendecir por Dios.

(CXTIC)

Los que se dejan cuidar

No nos lo acabamos de creer. Tenemos miedo. En el fondo, pensamos que, si bajamos la guardia por un momento, lo perderemos todo. Por eso, incluso cuando estamos rezando, seguimos dando vueltas y vueltas a nuestras preocupaciones.

Y, sin embargo, lo creamos o no, Dios nos cuida. Nos cuida en las necesidades del cuerpo, y también en las del alma. Nos ofrece cada día el Pan de vida, nos viste de gracia en cada confesión, nos envía su Espíritu para que nos ilumine y nos protege en la lucha contra el pecado.

Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta… Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos.

Lo que nos diferencia de los pájaros y los lirios es que ellos no rechazan los cuidados de Dios. Nosotros, sin embargo, muchas veces los rechazamos, y entonces nos quedamos solos y nos perdemos. ¿Imaginas a un pájaro diciéndole a Dios: «Dame otra cosa de comer», o a un lirio protestando: «Déjame escoger el color del traje»? Así somos nosotros. Qué locura.

(TOI11S)

Donde no roba el ladrón

Sobrecogen las palabras de Jesús cuando se escuchan a los pies del Crucifijo:

No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban.

Ves entonces su cuerpo, roído hasta la sangre por la polilla y la carcoma de nuestros pecados e ingratitudes. Ves los cinco boquetes en pies, manos y costado, abiertos por los ladrones que robamos su trono para sentarnos en él y echamos suertes sobre sus vestidos para colgarlo desnudo en esa cruz. Y sólo quieres postrarte y pedir mil veces perdón, y renegar del pecado para siempre.

Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón. Levanta Jesús la vista desde la Cruz hacia el cielo, y allí lanza su tesoro: ¡Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu! (Lc 23, 46). Y del costado, perforado por la lanza, se le escapa el corazón al cielo, donde escribe con sangre nuestros nombres en las sillas de un banquete.

¡Oh, Jesús! Piérdalo todo yo en la tierra, con tal de ganarte a Ti.

(TOI11V)

¡Soy yo!

Cuando era niño no tenía llaves de mi casa. Llegaba al portal, pulsaba la tecla del portero automático, y mi madre descolgaba: «¿Quién es?». Yo no respondía: «Fernando», nadie hace eso en su casa. Respondía: «Soy yo». Y mi madre reconocía mi voz y abría la puerta.

Siempre he soñado con hacer eso cuando llegue a las puertas del cielo. «¿Quién es?», preguntarán mi Padre o mi Madre. Responderé: «Yo soy». «Pasa, hijo».

La expresión «imitación de Cristo» siempre me ha despertado cierto recelo. Como si tuviera que convertirme en un clon de Jesús, o imitar su voz cuando llegue a Casa, a ver si cuela. Allá por los años 70 del siglo pasado, algunos idiotas pensaban que la imitación de Cristo consistía en usar sandalias, ponerse un poncho y dejarse barba. Menuda panda.

Vosotros orad así: «Padre nuestro». Dios sólo tiene un Hijo, el Unigénito. Y yo no tengo que imitar su voz para llamar a Dios «Padre», a ver si me confunde como confundió Isaac la piel de Jacob con la de Esaú. Si me dejo invadir por el Espíritu Santo, el propio Cristo habitará en mí. Será su voz la que suene, no la mía. «Pasa, Hijo».

(TOI11J)

Vivimos para Dios

Al anunciar la resurrección de Cristo, san Pablo comunica a los Romanos una noticia de enorme calado, que debería hacer estremecer a cualquier enamorado de Cristo: Consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús (Rom 6, 11). Más adelante repite la misma noticia con otras palabras: Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que ya vivamos, ya muramos, somos del Señor (Rom 14, 8). En definitiva, una vez hemos muerto con Cristo a este mundo, aquí no se nos ha perdido nada, salvo las almas que queremos redimir. Pero ya no queremos recompensa alguna en esta vida, porque vivimos para el cielo, vivimos para Dios.

Cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Nosotros renunciamos a la paga terrena por nuestras obras: gratitud, reconocimiento, alabanzas… Todo ello nos haría perder la recompensa celestial. Y si, por nuestras obras, recibimos palos y desprecios, nos alegramos, porque hemos encontrado nuestro ciento por uno en la Cruz y en el cielo.

Vivimos sólo para Dios.

(TOI11X)

Sólo desde lo alto

Te parece imposible, ¿verdad? Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. ¿Cómo vas a querer a «esa persona» que te busca las vueltas, te calumnia por la espalda, se niega a dirigirte la palabra y parece que disfrutase haciéndote daño? No puedes amarla, bastante tienes con procurar no odiarla. Te dijo el sacerdote que rezases por ella, y bien sabe Dios lo que te cuesta. Pero lo haces.

Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. El sol puede salir para malos y buenos porque está en lo alto, por encima de la pelea (¿cómo dicen los franceses? «au dessus de la mêlée»). Las nubes pueden llover sobre justos e injustos porque están, también, por encima de los mortales. Y Dios puede enviar el sol y la lluvia sobre todos porque reina desde lo alto del cielo y desde lo alto de una Cruz.

Tú, en cambio, estás en la refriega, dándote de palos con unos y de abrazos con otros. Cuando reces, ascenderás y te sentarás sobre las rodillas de Dios. Desde allí aprenderás a amar al enemigo.

(TOI11M)

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