La revelación más atrevida del Antiguo Testamento tuvo lugar cuando, escondido entre las llamas de una zarza que ardía sin consumirse, Dios reveló su nombre a Moisés. Pero ese nombre revelado el hombre no lo debía pronunciar, salvo en muy contadas ocasiones, para que no pareciese que podía tomar posesión de su Creador. Más adelante, Moisés pidió a Dios que le mostrase su rostro, pero no le fue dado. Dios sólo le permitió ver su espalda.
El Espíritu de la verdad recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío.
¡Cómo no dar gracias por vivir en los tiempos de la Redención! En Cristo, Dios ha corrido el velo de pudor que lo ocultaba y ha mostrado al hombre su misterio, su verdadero rostro. Y es tan hermoso que jamás podrá un mortal cansarse de contemplarlo. Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero. Un Dios que ama, que dialoga, que recibe y se entrega sin cesar como una fuente inagotable de Amor y de Vida.
No temas a la palabra «misterio». No es sinónimo de algo oscuro e indescifrable. Es una invitación a la contemplación.
(STRC)