Cuando era niño no tenía llaves de mi casa. Llegaba al portal, pulsaba la tecla del portero automático, y mi madre descolgaba: «¿Quién es?». Yo no respondía: «Fernando», nadie hace eso en su casa. Respondía: «Soy yo». Y mi madre reconocía mi voz y abría la puerta.
Siempre he soñado con hacer eso cuando llegue a las puertas del cielo. «¿Quién es?», preguntarán mi Padre o mi Madre. Responderé: «Yo soy». «Pasa, hijo».
La expresión «imitación de Cristo» siempre me ha despertado cierto recelo. Como si tuviera que convertirme en un clon de Jesús, o imitar su voz cuando llegue a Casa, a ver si cuela. Allá por los años 70 del siglo pasado, algunos idiotas pensaban que la imitación de Cristo consistía en usar sandalias, ponerse un poncho y dejarse barba. Menuda panda.
Vosotros orad así: «Padre nuestro». Dios sólo tiene un Hijo, el Unigénito. Y yo no tengo que imitar su voz para llamar a Dios «Padre», a ver si me confunde como confundió Isaac la piel de Jacob con la de Esaú. Si me dejo invadir por el Espíritu Santo, el propio Cristo habitará en mí. Será su voz la que suene, no la mía. «Pasa, Hijo».
(TOI11J)