La obediencia, en nuestros días, está en crisis. Cualquier llamamiento a la obediencia es tenido por abuso de autoridad. Por eso también la propia autoridad está en crisis. Los directores espirituales estamos bajo sospecha. Nuestra civilización ha matado al padre, y campa a sus anchas como si se hubiera liberado de un yugo, mientras lleva a cuestas el peor y más letal de los yugos: el de la estupidez. Eso sí, con tarifa plana de datos.
No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Y nuestro buen burgués (también el que va a misa) responde: «¿Por qué ese empeño en que obedezcamos? Eso es abuso. ¿No puede uno salvarse diciendo «Señor, Señor», y haciendo lo que le dé la gana, como todo el mundo?»
Para empezar, te conviene obedecer porque Dios, que es tu Padre, quiere tu bien y, sirviéndose de sus ministros, te indica el camino del cielo. Pero también te conviene porque la salvación del hombre es amar a Cristo, y el amor conlleva entregar la vida. La obediencia es la entrega amorosa de la propia voluntad.
(TOI12J)