Marta y María son dos personas extraordinarias, de ésas que uno agradece haber conocido. Marta es una gorda maravillosa con bozo y mandil, y María es una mística.
No voy a entrar hoy en que si Marta o María, si la acción o la oración. Ya me aburren esas disquisiciones que separan lo que debe ir siempre unido. Yo quiero fijarme en el revuelo. El revuelo que se arma cada vez que Jesús entra en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios. La una escuchando, la otra friendo las gambas con gabardina, pero las dos pendientes del Señor.
Dicen los ingleses «My home is my castle», lo cual es una forma de expresar que en mi casa mando yo. Y cuando entra Jesús lo meto en la capilla y ya pasaré a rezarle un padrenuestro. Pero, en casa de estas hermanitas, cuando Jesús entraba era el Señor, el Amo de la casa. Y todo se ponía patas arriba para que Él estuviera bien.
Ojalá dejes entrar así a Cristo en tu vida. Ojalá tu casa sea su castillo.
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