A san Pío X, según dicen, le robaron unos calcetines como reliquia. Y una religiosa se le acercó y le dijo: «Santidad, he sanado de una enfermedad al tocar sus calcetines». El buen papa respondió: «Qué raro, yo me los pongo todos los días y no me hacen ningún efecto».
Una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto, pensando que con solo tocarle el manto se curaría. Como los calcetines de san Pío, no era el manto de Jesús el que obraba milagros, sino la fe de aquella mujer. ¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado. Porque creyó que aquel hombre era Dios; que ella se estaba muriendo y Él era la Vida; que la Vida manaba de Él como un río; que la misma Vida consiste en estar en contacto con Él…
Hay todo un tratado de espiritualidad en la fe de la hemorroísa. El milagro, a fin de cuentas, es lo de menos. ¿De qué te sirve curarte de unas hemorragias para morir después y perderte para siempre? Pero si crees que Cristo es la Vida y te abrazas a Él, vivirás eternamente.
(TOI14L)