Gratis, aunque no lo crean
La mañana de mi día libre la paso en el supermercado. Uno de esos que ofrecen 3×2, o segunda unidad al 50%, o un cheque ahorro que engorda con las compras. Me dejo engañar, me divierte, aunque sé que tiene truco, porque en este mundo nadie te regala nada.
No es verdad.
Lo más valioso de este mundo lo regala Dios.
Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.
En cada misa, Dios regala el cuerpo de su Hijo como alimento, y con Él regala vida eterna. No nos cuesta nada, aunque a Cristo le costó muerte de Cruz. Nadie te cobra entrada, ni te obliga a dar limosna en el cestillo, ni te impone una suscripción «tarifa plana». La iglesia está abierta. Entras, rezas, amas y comulgas. Si no estás preparado, el sacerdote te confiesa, también gratis. Y sales inmensamente rico, endiosado, feliz.
¡Dios mío! ¿Cómo es posible que haya más gente en el supermercado que en el templo durante la Misa? ¡Si los hombres supieran! ¡Si lo creyeran! Pero no lo creen. La noticia es demasiado buena. Se dejan engañar por el supermercado, y no se dejan bendecir por Dios.
(CXTIC)