Clava hoy los ojos en ese Lázaro dibujado por Jesús en su parábola:
Cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
¡Cómo no ver en él al propio Cristo crucificado, las llagas impresas en su cuerpo, desecho de los hombres, varón de dolores y entregado en alimento! ¡Qué imagen tan eucarística!
Pero también verás en Lázaro al hombre que ya no espera nada de la tierra y ha puesto su confianza en el Señor. Sabe que la felicidad no le vendrá de los hombres, sino de Dios, y espera en Él a pesar de los pesares. Por eso no resulta defraudado.
Epulón, en cambio, quiere hacerse feliz a sí mismo. Fracasa estrepitosamente, porque el corazón humano tiene ansias de amor eterno, y eso no lo compra el dinero.
Hoy te propongo un salto mortal, el que va de Epulón a Lázaro, de ti a Cristo. Y te advierto que es mortal de verdad, moriremos en el intento. Renunciemos a cualquier deseo que no sea Jesús. Digámosle que somos rendidamente suyos, que haga de nosotros lo que quiera, que confiamos en Él.
(TC02J)