Levantamos la mirada, en estas primeras horas de Cuaresma, y escuchamos, a nuestro lado, al Señor:
El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
El Hijo del hombre tiene que cruzar una puerta. Y nosotros con Él. Porque el camino cuaresmal lleva a la Semana Santa, y allí veremos abierta la puerta de la Cruz. La cruzaremos para pasar a la Pascua y, de la Pascua, al cielo. Se trata de una puerta de salida, ya que a través de ella saldremos de la esclavitud de Egipto, de las cadenas que nos atan a este mundo, hacia la Tierra prometida.
Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Quien toma su cruz ya nada espera de esta vida, y lo espera todo de la vida eterna. Aquí lo ha dado todo por perdido, menos a Cristo. Teniendo a Cristo, lo tiene todo.
Porque, al final, la Cuaresma consiste en experimentar que «quien a Dios tiene nada le falta; sólo Dios basta». Ayuno, oración y limosna se resumen en «sólo Dios».
(TC0J)