En los evangelios hay quienes, como aquella mujer hemorroísa, se acercan a Jesús entre el bullicio, se abren paso a codazos entre la gente y, al final, logran apenas tocar al Señor. A ese tipo de personas pertenecían, también, quienes descolgaron al paralítico a través del techo de la casa donde estaba Jesús. Gente audaz.
Y también hay quienes, como Nicodemo, buscan a Jesús en lo oculto, en el secreto de la intimidad. La mujer cananea de quien hoy nos habla san Marcos era así.
Jesús entró en una casa procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse. Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró enseguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies.
Hizo bien, muy bien. Se disfruta más de Jesús cuando se lo busca en lo oculto; así, cuando lo encuentras, es todo para ti. A Cristo le gusta ocultarse, mira lo escondido que está en la Hostia. Y, cuando la fe lo encuentra, descansa el alma y descansa Cristo.
Algo más debes aprender de esta mujer. Fíjate cómo lucha con Jesús; igual que Jacob. Una vez que has encontrado al Señor, no lo sueltes hasta que no te bendiga.
(TOP05J)