Cuando san León Magno intervino en el Concilio de Calcedonia, todos los participantes en aquella asamblea gritaron a una: «Pedro ha hablado por boca de León».
Si Cristo se ha perpetuado en la Historia a través de su cuerpo místico, que es la Iglesia, también Pedro, a su manera, se ha perpetuado a través de la institución divina del papado. El Papa, sea quien sea, es Pedro. No del modo en que el cristiano es Cristo, desde luego, pero sí porque ha heredado aquel carisma con que Cristo bendijo a Simón. Se puede decir que, a través del Papa, Pedro sigue hablando en el siglo XXI.
En Pedro –en el Papa–, la Iglesia mira a Cristo y le dice: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. En Pedro la Iglesia recibe la gracia del Padre, que está por encima de la carne y de la sangre. Desde Pedro, esa gracia se derrama, a través de los ministros, hasta el último bautizado.
Rezar por Pedro –por el Papa– es rezar por nosotros, porque todos recibimos la gracia santificante a través del cuerpo místico. Y, en ese cuerpo, Pedro es el primer eslabón, el «dulce Cristo en la tierra».
(2202)