San Marcos omite las tentaciones de Jesús en el desierto. Pero, aunque no narra el encuentro del Señor con quien quería empujarlo hacia el mal, emplea una frase sobrecogedora sobre la fuerza que lo impulsaba hacia el bien. Es como el reverso de las tentaciones:
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto.
El Espíritu es el «ruah Yahweh», el aliento de Dios, el «viento que mueve las puertas», según dice un canto. Jesús fue siempre movido por Él: El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu (Jn 3, 8).
Si te adentras en el desierto cuaresmal, experimentarás ambas fuerzas:
La del Maligno te hará violencia, te impulsará al pecado intentando doblegar tu voluntad, y tendrás que luchar, con ayuda de Cristo, para vencerla. La oración y los sacramentos te harán fuerte ante la tentación.
La fuerza del Espíritu, sin embargo, no violentará tu libertad. Verás que es fácil resistirse a Él. Es un viento dulce, una brisa suave, tan suave y dulce como el aliento de un beso. Entrégate de lleno a ese impulso, y conocerás el Amor.
(TCB01)